miércoles, 23 de septiembre de 2020

SOBRE LA MALDAD

Cuando practicamos meditación, tratamos de enfocarnos en aptitudes y cualidades, y en sacar lo mejor de nosotros mismos. Además intentamos tener una visión positiva de los demás para así ser coherentes y minimizar la posibilidad de crear conflictos y obstáculos en el proceso personal. Seguimos pautas como dejar de juzgar a los demás, evitar pensar en sus defectos o fijarnos en su potencial de evolución. Este planteamiento, es sin duda la mejor manera de estar en la vida y la base para tener relaciones positivas.

 Sin embargo, con ello tendemos a pensar que todo el mundo es bueno y dejamos de atender una realidad muy presente, la existencia de personas malas y dañinas. Pensar en esto suele ser contraproducente para la mayoría y suele ser mejor no darle muchas vueltas, pero a veces no está de más hacerlo consciente. Es decir, aunque todos tenemos el potencial de alcanzar una bondad ilimitada, hay bastante gente confusa y con maldad. Pero además, desde nuestra perspectiva personal, es importante tener claro cómo actuar si nos tropezamos algún día con uno de estos individuos. 

Las personas dañinas

Si nos preguntamos por qué hay personas dañinas. La respuesta es bastante simple, todos estamos condicionados por nuestra mente y algunas personas están poseídas por estados mentales que les hacen ser egoístas, ruines y perniciosos.

 Podemos ver que algunos hacen daño, se aprovechan y manipulan porque en su sistema de creencias el fin justifica los medios. Muchos se preocupan en exceso por sus propios beneficios sin considerar a nadie.  Otros viven con la distorsión emocional de sentirse superiores y con derecho a hacer lo que quieran. Hay quienes dañan porque necesitan atención exagerada. Algunos otros lo hacen porque se creen especiales y piensan que merecen ser tratados mejor que nadie. También hay personas que sienten placer al infligir daño. Hay quienes lo hacen por destacar. Algunos dañan buscando su propio estatus social. Asimismo, muchos dañan porque están instalados en patrones destructivos y viven en una predisposición a hacer daño.

Estas personas dañinas suelen carecer de sensibilidad para apreciar como se sienten los demás; pero además son incapaces de reconocer el efecto que producen su comportamientos. Tampoco pueden comprender a las personas con las que se relacionan. Suelen tener dificultades para controlar sus acciones y tienen una capacidad de relacionarse muy defectuosa. Muchos, carecen de sentimientos de culpa o vergüenza, viven sin escrúpulos y les falta la aversión natural a hacer daño.

Ahora bien, aunque muchos están dominados por emociones destructivas, distorsiones mentales y creencias erróneas, también conviene tener en cuenta que algunas personas son dañinas porque adquieren trastornos mentales o daños neuronales. Desafortunadamente, los seres humanos somos limitados y muchos viven circunstancias muy estresantes que quiebran su sistema nervioso.

Algunos tienen lesiones cerebrales que afectan su personalidad, llevándoles a actuar con agresividad, a perder el control emocional o incluso a usar un lenguaje abusivo. Quienes están afectados por un trastorno antisocial, pierden toda consideración hacia los demás, deja de importarles dañar y engañar, se vuelven descuidados y agresivos, e invaden continuamente los derechos de los demás. Quienes viven con lo que se llama el trastorno límite de la personalidad, son muy inestables en la relaciones, tienen comportamientos impulsivos e irascibles, y tienen tendencia a crear conflictos e incluso a pelear físicamente.

Hay quienes tienen trastornos de conducta que les lleva a estar continuamente amenazando o intimidando a los demás, a saltarse las normas, a estafar y engañar, e incluso a producir graves daños a personas y animales. Hay formas de demencia que llevan a comportamientos inapropiados, falta de decoro, y reducción de sensibilidad a los sentimientos y necesidades de los demás.

Hay personas con trastornos que les llevan a ser muy vengativos, a culpabilizar constantemente a los demás o a enfrentarse a las normas y la autoridad, y hay quienes se pasan la vida discutiendo y desafiando a todo el mundo. También hay que mencionar a los que están atrapados en el abuso de sustancias y suelen tener continuos problemas en las relaciones interpersonales, tienden a actuar con violencia, suelen efectuar agresiones sexuales, y experimentan un gran deterioro social.

De modo que por muchas razones, hay maldad en el mundo. Algunos dañan porque están dominados por emociones negativas y creencias distorsionadas, y otros porque tienen problemas neurológicos y psicológicos. Así pues, puede ser útil distinguir entre quien daña, por ejemplo, porque se cree especial y con derechos, y quien daña porque, por ejemplo, tiene ciertas lesiones neuronales que le hacen ser violento e impredecible y poco puede cambiar. Además, los efectos de un gesto de maldad nos son los mismos si el agresor es una persona corriente o si es alguien que se mueve en las altas esferas del poder con todo tipo de recursos a su disposición.

Convertirse en malas personas

Para abordar la experiencia de ser dañado una primera reflexión es analizar cómo podemos convertirnos en malas personas. Comprender cómo podemos llegar a ser dañinos es de utilidad a la hora de gestionar cuando nos dañan.

De modo que una primera cuestión es preguntarnos, ¿cómo podría haber sido mi vida para convertirme en una mala persona? ¿Qué podría haber sucedido para haber acabado siendo alguien sin control emocional, agresivo o siempre intimidando a los demás? ¿Qué podría haber ocurrido en mi entorno para acabar con un trastorno de la personalidad? ¿Cuáles son las condiciones que, de haberlas vivido, ahora sería una persona descuidada, agresiva y sin ninguna empatía por quienes me rodean?

Pero más inquietante es analizar en qué medida uno tiene el poder de evitar que sobrevenga una lesión cerebral o un trastorno mental que le lleve a vivir sin sensibilidad a lo que sienten los demás y con tendencias violentas.

La respuesta ante la maldad no la justifica, pero evita juzgar. Tratamos de ser ecuánimes y comprender. Tratamos de impedir el daño pero no lo condenamos porque entendemos. Cuando apreciamos esto llegamos a ver con más claridad la importancia del compromiso de actuar de un modo beneficioso. El mal es inevitable, los seres humanos no somos perfectos, algunos se desarrollan defectuosos, actuar con bondad es una responsabilidad, y también un privilegio para quien tiene esa posibilidad.

Pero también conviene entender como podemos emprender el camino del mal. Muchas buenas personas pueden acabar haciendo mucho daño a los demás. Incluso personas que hacen meditación y están en un camino espiritual.

¿Cómo una persona normal pueden llegar a ser muy dañina? La primera explicación es el conformismo. A veces uno empieza a verse rodeado de personas dañinas y lejos de oponerse se va amoldando. Cuando el grupo social al que pertenecemos tiene actitudes destructivas hacia los demás y cuando eludimos mantener una firme desaprobación, esta ausencia de crítica nos conduce a que acabemos haciendo lo mismo.

Ser pasivos o indiferentes a la maldad no es ser dañino sin embargo suele ser la semilla para acabar siéndolo. Una de las prácticas básicas de meditación es la ecuanimidad. Cuando somos ecuánimes tratamos a todos por igual, pero sobretodo queremos que todos los seres sin excepción se libren de la infelicidad y sean felices. Sin embargo, a menudo ser ecuánime se entiende como ser indiferente. Es importante tener claro que indiferencia y dejar de tomar partido están muy lejos de la ecuanimidad. Todo son tendencias y condiciones, y estamos constantemente creando nuestros comportamientos futuros. Cuando toleramos el mal con neutralidad frenamos el proceso de evolución personal y empezamos a dejar impresiones para acabar siendo dañinos.

Muchas veces nos volvemos malos cuando empezamos a ver a los demás deshumanizados, cuando nos cegamos y les atribuimos características brutales y atroces. No es raro ver a individuos con cierta educación actuar llenos de odio y maldad hacia otras personas porque les perciben como objetos inferiores o deficientes. Nuestra percepción de los demás es esencial y sin conocer bien nuestra mente podemos acabar viendo demonios donde no los hay, y al percibir así a los demás acabar haciéndoles daño bajo el amparo y la justificación de pensar estar haciendo algo bueno.

Escondernos en el anonimato también puede hacernos dañinos. Cuando sabemos que nadie nos va a conocer, cuando actuamos detrás de un rol o un perfil falso, nos permitimos ser egoístas, dañinos y violentos. Nos engañamos pensando que somos buenas personas cuando podemos esconder nuestra maldad detrás de una máscara, como si no fuéramos tan responsables de las consecuencias de nuestros actos cuando nadie ve que hemos sido nosotros.

Por último, a veces somos dañinos por seguir ciertas normas de alguien que ignoramos tiene intenciones deshonestas. Aunque pueda sorprender, en muchos casos las personas somos fácilmente manipulables y nos dejamos llevar por lo que nos dicen sin cuestionar si es justo, íntegro y benéfico. Sin ninguna discriminación consentimos decisiones que nos llevan a dañar, ignorando otros valores, siguiendo con obediencia ciega a quienes no lo merecen. Numerosas veces, hacemos daño por seguir a un líder que nos ha seducido con su encanto y carisma.

Ante las personas malas

Ahora, la cuestión más cercana y personal es qué hacer cuando nos encontramos en la vida con esas personas malas. Cuando experimentamos el mal, cuando alguien nos agrede injustamente, poseído por una mente negativa. La experiencia es obviamente desagradable y es fácil caer en estados negativos como ira, enfado, frustración, rencor, venganza, miedo, indefensión, impotencia, etc.

Aquí se plantean dos cuestiones diferentes, por una parte necesitamos manejar la experiencia de ser dañados y por otra tratar la relación con el agresor. Lo primero es la esencia del camino espiritual en cuanto que buscamos liberarnos del sufrimiento, lo segundo es la esencia de lo que significa evolucionar.

La experiencia de daño la manejamos a varios niveles, lo primero es vivirla con la mayor lucidez posible y evitar cualquier reacción emocional negativa. Esto nos lleva a transformar cualquier estado negativo en algo emocionalmente positivo como el amor, la compasión, el perdón o la gratitud.

El trabajo personal de transformar las emociones negativas se basa fundamentalmente en ser conscientes de lo perjudiciales que son. En un ejemplo habitual, enfadarse o desear vengarse se compara a beber un vaso de gasolina cuando se tiene un incendio dentro; sin embargo, a menudo esto no lo tenemos claro. Dicho de otro modo, la experiencia de sentirse dañado es una gran ocasión para comprobar si hemos asimilado que las emociones negativas son lo verdaderamente dañino.

Más allá del trabajo con las reacciones, el daño también requiere que exploremos en profundidad quién se siente dañado. De modo que también se trata de indagar en la naturaleza de la identidad. Queremos alcanzar la suficiente serenidad y lucidez para desvelar que el yo dañado es sólo una apariencia, una fabricación mental sin ninguna realidad en sí misma. En sentido último puede decirse que sentirse dañado es un triunfo de las tendencias ignorantes y un revés en nuestras aspiraciones a despertar.

Ahora, como antes decíamos, ser consecuentes con un proceso de evolución personal también incluye la relación con quienes actúan con maldad. Así que por un lado está la manera de gestionar la experiencia emocional cuando nos dañan, y por otro la relación con el agresor.

Aquí lo que necesitamos preguntarnos es cómo decidimos responder. Porque fundamentalmente es una elección. No sirve seguir normas ni obligaciones, ni buscar lo que es más correcto o adecuado. Cuando nos hacen daño se produce una injusticia, una abuso, una perversión. Siempre es inaceptable, y sin embargo ocurre (y nosotros también hacemos daño, y siempre es injusto y ruin). Entonces, ¿cómo elegimos responder a eso? ¿Qué respuesta vamos a adoptar cuando alguien nos haga daño?

La palabra elección aquí señala que no se trata de hacer lo apropiado, lo razonable, lo que nos dice el instinto o lo que se espera de nosotros. Ni si quiera se trata de hacer lo justo. Se trata de elegir una respuesta coherente con nuestros valores y con lo que nos importa en la vida. Hay muchas posibilidades, podemos elegir ponernos una coraza, podemos elegir impartir justicia y equilibrar la balanza; podemos convertir al agresor en víctima, podemos llenarnos de resentimiento y decidir nunca perdonarle, etc. ¿Cuál es nuestra elección?

El modelo en el que nos movemos aquí define a todos los seres con una gran potencial de evolución. En este contexto, quienes dañan a los demás son seres que en algún aspecto están limitados y contraídos. Es decir, hay una correlación clara entre evolución y hacer daño. Quienes están más despiertos perjudican menos a los demás y quienes todavía son inmaduros son más egoístas y dañinos.

Desde esta perspectiva, para quienes entienden la evolución personal como lo que da más sentido, la respuesta más coherente a la maldad es ayudar a evolucionar a los demás. Esta elección es la respuesta de compasión. Optamos por fijarnos en el sufrimiento del agresor, por identificar que está limitado por sus tendencias mentales, escogemos desear que deje de sufrir y que evolucione, y lo incluimos en el círculo de personas que deseamos guiar a un estado más evolucionado y despierto.

La compasión es una elección, no es cuestión de ser correcto, y esto es muy importante. Cuando nos hacen daño es muy claro, porque la experiencia puede ser muy difícil y sólo vale la autenticidad, sólo sirve la compasión como decisión personal, como la respuesta elegida.

Ahora, la práctica con la maldad, implica también saber transmitir al otro nuestro malestar, y hacerlo de modo que sirva para que esa persona cambie de comportamiento. Esto también forma parte de la compasión. Queremos aprender a conseguir que el malvado deje de serlo y necesitamos la sabiduría de comunicar y transmitir un mensaje contundente al otro.

Desarrollar compasión también es cultivar la habilidad de conseguir que los demás dejen de ser nocivo, que todos los seres evolucionen y despierten a estados en que no desean hacer daño a nadie. Esta compasión también forma parte del camino. Puede que sea difícil y sólo unos pocos lleguen a ser capaces de ejercitarla, pero es importante que exista en el mundo. Experimentar daño nos exige avanzar en esta compasión que desarrolla la sabiduría para detener la maldad.

El daño a otras personas

Una cuestión particularmente importante es cuando alguien hace daño a los demás. ¿Deberíamos implicarnos? ¿Cada uno tiene que hacerse cargo de lo suyo? ¿Qué hacer cuando percibes a alguien maltratando a personas indefensas? ¿Qué hacer cuando ves que unos pocos están esquilmando bosques o haciendo vertidos tóxicos para su beneficio personal? ¿Qué hacer cuando quienes detentan el poder enriquecen a unos pocos y llevan a la precariedad a la mayoría?

La maldad es un problema social, pero también es una realidad ineludible. Tradicionalmente, los seguidores de un camino espiritual, sólo trabajamos sobre nosotros mismos, nos responsabilizamos de nuestras emociones negativas, de nuestras tendencias mentales y de nuestro egocentrismo. El trabajo gira en torno a lo personal, a liberarse del sufrimiento propio y despertar. Cuando los demás son atacados, agredidos o maltratados, se entiende como una consecuencia de sus acciones negativas previas. No se justifica la maldad, pero se enfatiza en la parte de responsabilidad que tiene cada uno.

Entonces, ¿la persona comprometida en ayudar a lo demás, tiene alguna responsabilidad en actuar contra la maldad? ¿Debemos quedarnos impasibles y dejar que cada uno elabore su experiencia de agresión hasta entender que es el resultado de sus acciones pasadas?

El principal problema radica en que implicarse en una situación para defender a alguien, es arriesgado. Es fácil caer en el desequilibrio emocional que uno está intentando mantener. Si al ayudar no podemos evitar caer en la ira, la venganza o el rencor, el mensaje altruista está empezando a fracasar. En el espacio meditativo y alejado de los demás, uno puede controlar sus emociones, pero al implicarnos solemos caer en estados negativos.

La cuestión es que  actuar con enfado sólo añade enfado al mundo; aumenta la infelicidad y el dolor. Aunque el objetivo sea aparentemente justo, la presencia de enojo, rencor, ira, o cólera se suma al dolor del mundo. No reducimos así el sufrimiento sino que lo aumentamos. Las emociones negativas nunca están aisladas, se contagian, se transmiten. Nuestra forma de estar y responder afecta a los demás.

De modo que esta perspectiva requiere dar un giro a la pregunta fundamental. Lo que empezamos a preguntarnos es si tenemos la suficiente madurez y presencia para enfrentarnos a la maldad con serenidad, humildad y compasión. Sabemos que nuestro equilibrio emocional es muy frágil y que sin las condiciones apropiadas podemos perder todo lo conseguido. Sabemos que si nos descuidamos, las actitudes injustas y abusivas fácilmente nos llenan de indignación y enojo, y así, en lugar de evitar que se produzca el daño, acabamos atacando y agrediendo.

Pocas personas tienen la madurez suficiente como para enfrentarse a la injusticia con firmeza y sin rencor. Este es el problema. El camino de ayudar está limitado por el nivel de evolución personal. Queremos ayudar al mundo, beneficiar a los demás pero sólo somos capaces de hacerlo en ciertas condiciones amables y controladas. Sin embargo, cuando las condiciones cambian, cuando por ejemplo se trata de enfrentarse a la maldad e injusticia perdemos el equilibrio interno.

Es obvio que numerosas personas que ayudan y luchan contra la injusticia no tienen estos planteamientos. Para muchos, lo importante es ser efectivo y pueden asumir caer en emociones negativas y darles poca importancia. Sin embargo, desde una perspectiva más despierta tenemos menos libertad de acción. Por un lado, pensamos que no todo vale a la hora de ayudar, y por otro consideramos que no sólo cuentan los efectos a corto plazo sino también las consecuencias de nuestros comportamientos a lo largo del tiempo. Hay pues una visión más amplia, no sólo es importante evitar el daño puntual a unas personas concretas ahora sino  también todas las consecuencias futuras que pueda acarrear cualquier acción.

Ejercer la compasión que evita la maldad es sumamente difícil para la mayoría, con lo cual, sin nadie que los detenga siempre ganan los malos. Pero también ganan si quienes les detienen actúan con enfado, rencor o venganza. La compasión nos obliga a evolucionar, a salir de nuestros refugios de meditación y encontrarnos con las personas. 

Parte del camino de la compasión es adquirir la sabiduría, la determinación y las habilidades de aliviar el dolor del mundo. La enseñanza menciona cuatro maneras de dar a los demás, podemos ofrecer ayuda material, ofrecer amor, ofrecer seguridad y ofrecer métodos para dejar de sufrir. Salvar a los demás de la maldad forma parte de esa generosidad de ofrecer seguridad.

De modo que también meditamos para ser capaces de hacer eso. Nuestra responsabilidad es aportar eso al mundo. Es una elección. Ante la maldad, ¿qué elegimos? ¿Cuál queremos que sea nuestra aportación? ¿De qué lado estamos? Es importante tenerlo claro porque existen las malas personas, y aunque fracasemos una y otra vez la evolución de todos los seres es lo único realmente importante.

jueves, 14 de marzo de 2019

MEDITACIÓN ¿hay alguien aquí?

INTRODUCCIÓN
Gaddulabaddha Sutta – Discurso sobre la correa
"Monjes, así como un perro atado con una correa a un poste o una estaca, sólo puede correr y dar vueltas en torno a este poste o estaca.
De la misma manera, una persona corriente... no instruida ni entrenada en el Dhamma, considera
la forma (el cuerpo) como el ser, o
el ser como quien posee forma,
la forma en el ser o
el ser en la forma.

Además, considera la sensación como el ser…
la percepción como el ser…
las formaciones mentales como el ser…
la conciencia como el ser, o el ser como quien posee la conciencia, la conciencia en el ser o el ser en la conciencia.
De modo que simplemente corre y gira en torno de la forma..., de la sensación..., de la percepción..., de las formaciones mentales... y de la conciencia.
Y, al correr y dar vueltas en torno a ellos, no es libre de la forma... de la sensación..., de la percepción..., de las formaciones mentales..., de la conciencia.
No es libre del nacimiento, ni del deterioro ni de la muerte; no es libre del pesar, el lamento, el dolor, la desgracia y las tribulaciones. No es libre de la insatisfacción.
Así os digo.
Samyutta Nikaya 22:99

MEDITACIÓN


Siente yo.
Sientes que existes, estas vivo, tienes experiencias, reflexionas sobre cosas, vives emociones, percibes sonidos, ves objetos a tu alrededor, etc.
Siente yo, hazlo consciente.

Pero ¿es verdad? ¿Hay un alguien que existe, está vivo, tiene, siente, piensa, se emociona, percibe, etc.?

El cuerpo existe en dependencia del medio, el ambiente. La temperatura de la habitación, la fuerza de gravedad, el nivel de humedad, el aire respirable con la cantidad de oxígeno apropiada, el nivel y tipo de radiaciones, etc., todo esto sostiene la existencia del cuerpo. Si algo se desequilibra, el cuerpo se cae, se descompone sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo. Si empieza a aumentar el calor, si se elevara a 500 grados centígrados no habría cuerpo, si el ambiente se llenara de ácido sulfúrico, tampoco. Si aumenta el nivel de radiación el cuerpo se modifica y se descompone. Así, con las numerosas condiciones que hacen posible el organismo.
¿Dónde termina el cuerpo, donde empieza el mundo?

[Detente un momento hasta sensibilizarte a esta perspectiva...]
Ahora bien, cada uno de esos elementos, a su vez son sostenidos por muchos otros. Por ejemplo, la temperatura depende de muchas cosas como la fusión de átomos de hidrógeno en el sol, los gases que forman la atmósfera, la distancia del sol, la presencia o ausencia de otros objetos que produzcan calor, las radiaciones, la humedad ambiental, etc. La cantidad de oxígeno depende de plantas, algas marinas, bosques húmedos, agua, otros gases, luz, etc.

A su vez cada una de ellas depende de numerosas otras. Las explosiones en el sol que generan calor dependen a su vez de innumerables condiciones, la producción de oxígeno por las algas, depende también de la coincidencia de muchos otros elementos, el nivel de radiaciones depende de otras múltiples variables, etc., etc.
Nadie controla esto, nadie lo puede detener ni producir. Nadie regula la cantidad de oxígeno en el ambiente ni la temperatura en el planeta, ni el nivel de radiación, ni la capa de ozono, ni nada de nada.

El cuerpo depende de innumerables condiciones, las cuales dependen de muchas otras.
El cuerpo no soy yo ni pertenece a ningún yo, no hay nadie que tenga control sobre él, nadie que lo pueda poseer.

[Detente un momento hasta sensibilizarte a esto...]
Ahora, además, el cuerpo no existe como tal.
Al observarlo encontramos miles de millones de interacciones, reacciones metabólicas, cambios y transformaciones en incesante actividad. En este momento, en cada órgano hay una actividad incesante, innumerables reacciones químicas están teniendo lugar. En cada reacción unas sustancias se transforman en otras con nuevas propiedades.
La digestión transforma constantemente carbohidratos, proteínas y grasas en compuestos que el cuerpo pueda absorber. La respiración implica una inmensa actividad química. La sudoración requiere numerosos procesos para liberar líquido y mantener fresco el cuerpo. El metabolismo produce nuevas sustancias a partir de lo que se ingiere. Continuamente se degradan moléculas orgánicas y se sintetizan nuevas. Incesantemente se está produciendo y gastando energía.

En el interior del cuerpo, en este momento, se están formando y muriendo miles de millones de células. Nada está quieto, nada perdura, todo se encuentra en constante alteración. El organismo posee más de 37 billones de células, miles de millones mueren continuamente. En este instante se están eliminando o autodestruyendo cerca de 3 millones; y a su vez, millones se están reproduciendo sin cesar. Además, muchas células son agentes externos infiltrados en el cuerpo que van a lo suyo. También se encuentran determinados virus y microbios que se asientan en el cerebro y los intestinos, y alteran el comportamiento.

El organismo sólo son procesos, cambios y movimientos, ¿hay un Yo? Si lo hubiera no puede ubicarse en el cuerpo.
¿Hay alguien que hace, existe, vive, tiene, siente, experimenta, etc., en el cuerpo? ¿Qué es Yo?

[Detente un momento hasta apreciar esta perspectiva...]
La mente, es una sucesión de pensamientos, ideas, imágenes, emociones, sentimientos que siempre están cambiando. Es un continuo fluir de procesos mentales, una corriente mudable y variable sin fin. Ningún estado mental se mantiene, todo lo que surge se disuelve al instante. Aunque muchos pensamientos y estados regresen todo se va continuamente. La mente son múltiples tendencias que vienen una y otra vez, y siempre se van.
El estado mental de este momento ha surgido sin elección. Las ideas vienen sin buscarlas. La mayoría de los pensamientos que aparecen son producto de otros anteriores, algunos se forman en el cuerpo, producto de la química del cerebro; muchos vienen de otras personas con las que nos relacionamos, otros del ambiente social y cultural en que vivimos.
En cuanto cambian las condiciones los pensamientos cambian sin que se pueda evitar. A menudo son reacciones aprendidas y repetidas muchas veces. Las cosas que se experimentaron antes se presentan ahora como pensamientos, emociones, estados e imágenes. Con otras vivencias habría otros contenidos mentales. Lo mismo sucede con emociones, imágenes, etc. Nadie elige los estados mentales que aparecen ni las ideas; se producen sin intervención de nadie.
Cuando se crece, nadie elige la personalidad ni el carácter, ni los gustos y preferencias ni las tendencias emocionales. Nadie decide creencias, formas de pensar, nivel de inteligencia, cualidades y defectos. Todo se produce debido a las circunstancias que se van atravesando.
Nacidos en otra cultura, otra época, otra familia, otra carga genética, otro país, otras experiencias vitales, habría otras ideas, distinto carácter, diferentes pensamientos, nuevos gustos y aversiones, distintas reacciones emocionales, etc.

[Detente un momento...]
Los procesos mentales cambian, vienen y se van. No hay nada estático en la mente. Todo es pasajero y fugaz. Además, todo se produce de un modo impersonal; debido a numerosos factores, experiencias y condiciones. La mente es cambiante, inestable, dependiente, efímera e insustancial a cada momento. Yo tampoco se corresponde con la mente.

Así, de nuevo. ¿Qué es Yo?
¿Hay algo aquí que siente, hace cosas, vive experiencias, tiene una vida, experimenta y padece? ¿Hay realmente un Yo?
¿Sentir el Yo, es una prueba de exista?
¿Podría ser que se sienta algo ilusorio?
¿Podría ser una alucinación sensorial?
¿Podría ser que el Yo sea sólo realidad virtual?

[Detente un momento...]
Luego, cada una de las experiencias, un sonido, una sensación, una idea, etc., es sólo una apariencia, producida por causas y condiciones, y por la mente. Por ejemplo, una sensación corporal es una apariencia producida por la suma muchas pequeñas sensaciones; además, cada una depende de la química del cuerpo, como la presión arterial, la temperatura del cuerpo, la actividad enzimática, el metabolismo, etc.; y depende del sistema nervioso y la actividad neuronal en el cerebro. También, está condicionada por el ambiente del lugar, incluyendo la humedad, la luz, la presión, el clima, etc. De hecho, no existe por sí misma sino que todos esos factores fabrican la apariencia de una sensación. Si los procesos cambian aparece algo distinto.
La sensación se fabrica pero ¿hay un yo que la siente, o tan sólo aparece producto de unas condiciones?

Si tomamos la experiencia del sonido. Un ruido que se oye, no se encuentra en el objeto distante ni en el oído, ni en el espacio entre el oído y el objeto. Si cambia el estado de salud se percibe diferente, si cambian las condiciones del entorno el ruido se modifica, si nos alejamos o acercamos el sonido es distinto, con otra actividad neuronal se oye otra cosa, etc., no hay sonido en sí, como algo que existe por sí mismo y se percibe, sino que el sonido se fabrica en unas circunstancias determinadas, y depende de ellas para existir.
El sonido se produce, pero ¿dónde se encuentra algún yo que oye?

Lo mismo sucede con los pensamientos y estados mentales. El estado mental de este momento depende del estado físico, de experiencias previas, de lo que está sucediendo ahora alrededor, de tendencias mentales, de recuerdos, de imaginación, etc. Si algo cambia, el estado desaparece; si el cuerpo cambia, si se altera algo en el cerebro, si vienen otros recuerdos, si surgen pensamientos distintos, etc., el estado mental deja de existir.
El pensamiento es producto de un coyuntura determinada, pero ¿dónde se halla un yo que piensa?

Lo mismo con el gusto. El sabor de algo es en realidad una imagen formada por un conjunto de sabores en diferentes partes de la boca. Pero cada uno de los sabores, a su vez, es producto de muchas condiciones como los niveles de glucosa y otros nutrientes en la sangre, el metabolismo, la temperatura del cuerpo, la presión arterial, etc., y también las condiciones externas, como el clima, la humedad, etc. El sabor es un efecto de todo eso. No es de nadie ni le sucede a nadie. Muchas condiciones hacen que se produzca la experiencia del sabor pero no hay un yo independiente esperando a que llegue. ¿dónde está el yo que experimenta el sabor?

Así con toda la experiencia. Sensaciones, pensamientos, sabores, olores, percepciones visuales, emociones, sentimientos, imágenes mentales, etc., las experiencias suceden sin ninguna realidad en sí mismas, aparecen como consecuencia de otras que se han producido, cada una de las cuales, a su vez aparece como consecuencia de otras tantas. Nada hay fijo ni separado ni aislado. No hay cosas ni fenómenos, sólo hay relaciones. Todo son procesos cambiantes, no hay entidades que cambian sino transformaciones, cambios, alteraciones.
Hay experiencias, olores, sabores, estados, visiones, imágenes, pero ¿dónde hay un yo que percibe y experimenta el olor, el sabor, el estado mental, las formas, los colores, las imágenes?

[Detente un momento...]
La existencia de un Yo independiente y estable es incompatible con lo que hay. Una quimera inventada, una fabricación conveniente.
Entonces ¿qué eso de sentirse alguien que vive una vida, siente, hace, disfruta, padece, etc.? ¿Qué significa?
¿Es un delirio, un desvarío?
¿Por qué sucede? ¿Para qué?
¿Es necesario vivir con ello?


lunes, 10 de diciembre de 2018

Aprender a Evolucionar


APRENDER A EVOLUCIONAR, TUTORIAL BÁSICO


Vivimos en un bucle. Nos pasamos la vida persiguiendo una felicidad que cuando la alcanzamos siempre  termina; por otra parte el sufrimiento del que tratamos de escapar nos acaba alcanzando. Así, una y otra vez, día tras día. Vida tras vida. Cuando se desarrolla la inteligencia espiritual se descubre que la vida puede ser algo más. Encontramos más satisfacción y plenitud cuando evolucionamos como personas.
Hay muchos indicadores de lo que es madurar, uno de los más significativos son los valores que manejamos. Conforme evolucionamos, más cualidades, fortalezas y aptitudes positivas tenemos. Quienes las poseen son los indiscutibles representantes de la vanguardia del progreso de la humanidad. Poseer virtudes y cualidades nos sitúa en la cúspide de la evolución.
Es muy frecuente vivir estancados. Aunque lo natural en la vida sería ser cada vez más evolucionados y conscientes, a menudo nuestro crecimiento se detiene y nos perdemos en las innumerables demandas de la vida cotidiana. De niños experimentamos constantes cambios y aprendizajes, en la adolescencia seguimos creciendo, aunque a menudo menos que antes, y cuando llegamos a adultos nos solemos estancar.
Dejar de evolucionar es un problema, porque carecer de cualidades y valores nos limita a la hora de enfrentarnos a las dificultades de la vida. Además, sólo con ciertas aptitudes y fortalezas podemos superar muchos de los inescapables problemas que se nos presentan. Esto es, evolucionar como personas nos protege y previene de numerosas situaciones difíciles; pero, además, hay problemas que sólo pueden superarse en estados más avanzados. Es notable que muchas personas que se acercan a los psicólogos buscando soluciones a sus conflictos, en numerosos casos lo único que necesitan es madurar.
Desde esta perspectiva es esencial entender que no cultivamos unos valores y cualidades por hacer lo correcto, ni para cumplir con las expectativas de los demás. Tampoco para ser reconocidos y admirados ni para estar por encima de nadie. Especialmente, no se trata de compensar nuestros defectos, errores y sentimientos de culpa. Cultivamos unas cualidades y evolucionamos para:
Estar más protegidos ante lo que nos pueda sobrevenir.
Tener más recursos para afrontar las frustraciones, incertidumbres y agresiones.
Saber reaccionar mejor al dolor de la vida.
Vivir con más salud y bienestar.
Alcanzar una calidad de vida que de otro modo no conseguiríamos.
Y porque somos conscientes de que algunas situaciones sólo podremos resolverlas si hemos llegado a un cierto nivel de evolución.
Ahora bien, el principal motivo es que tenemos esa capacidad, la vida tiene más sentido, y es más satisfactoria y completa.
CUALIDADES Y DIFICULTADES
Es vital saber manejar las dificultades que se presentan. Cada persona, según sus experiencias vitales y aprendizajes, tiene su estilo. Sin embargo, es frecuente pasar por alto que uno de los métodos más efectivos es cultivar un estado emocional positivo. Hacerlo nos va a dar más capacidad y lucidez para abordar la situación. Pero sobretodo, avanzar y evolucionar es parte de la solución en la mayoría de los casos.
La experiencia vital nos muestra los beneficios de desear seguir creciendo y aprendiendo como personas, especialmente en los momentos difíciles. La actitud positiva y la predisposición a evolucionar es una de los talentos más valiosos que podemos poseer. Sin cualidades, virtudes y fortalezas es como pretender atravesar un desierto sin llevar agua.
No obstante, la cuestión es completamente distinta. Desde la sabiduría, las dificultades de la vida son accidentales, pues la prioridad es crecer y avanzar. Los problemas son ocasiones para empujarnos a dar un paso más en el camino a revelar nuestra mejor expresión. Así pues, ante cualquier situación queremos adoptar una actitud más consciente.
¿Qué oportunidad proporciona esto? ¿Cultivar compasión, humildad, coraje? ¿Ofrece la posibilidad de cultivar sentido del humor, paciencia, contentamiento? ¿Ayuda a ser justo, tolerante, imparcial? ¿Sirve para ser generoso, aceptar la situación, asumir responsabilidades? ¿Conduce a desarrollar gratitud, respeto, asertividad? ¿Cuidado, prudencia, generosidad? ¿Regocijo, confianza, imparcialidad? ¿Amor, desapego, valentía? etc., etc.
Ahora bien, hay que tener cuidado con el motivo que nos impulsa en esta dirección. No se trata de ser mejor que nadie ni de sentirse inferior por una carencia de cualidades. Pensar así, nos impediría avanzar. La evolución es una opción que viene de comprender lo valiosa que es la vida y la importancia de aprovecharla. No es una medida de nuestra valía. Lo que mide nuestro valor es lo que somos, nuestro ser, la esencia que nos conforma; algo que ya está aquí y no precisa mejorarse.
Cultivar cualidades y virtudes es la expresión de quienes están más evolucionados y comprenden con claridad lo que aporta significado y valor. Nosotros desde nuestra mirada reducida apenas entendemos la importancia de despertar y cultivar la mente. Sin embargo, podemos aprender de ellos, escuchar su visión y descubrir una perspectiva diferente. En la tradición budista, por ejemplo, en Aksayamati Nirdesa Sutra se dice:

“La generosidad no es mi compañera, más bien soy yo quien acompaña a la generosidad,
la ética, la paciencia, el entusiasmo, la concentración y la sabiduría no son mis compañeras; 
más bien soy yo quien acompaña a
 la ética, la paciencia, el entusiasmo, la concentración y la sabiduría;
Las perfecciones no están a mi servicio, soy yo quien está al servicio de las perfecciones”.

Empezamos cultivando cualidades por fe. Confiando en las palabras de quienes viven más despiertos. Luego, continuamos el proceso al constatar la importancia de cultivarlas. El camino nos lleva a desear emplear la vida en hacer que todas las cualidades posibles se hagan presentes y visibles en el mundo.
UN MODO DE HACERLO
Desarrollar una cualidad es como cultivar una planta. Se siembra la semilla en buena tierra, se riega, se cuida que tenga luz, se echa abono, se protege del clima y las plagas, y se espera a que florezca. Así pues, empezamos dejando una huella de la cualidad en nuestra mente. Luego, nos habituarnos a responder con ella, trabajamos para contrarrestar los obstáculos internos y externos que nos impiden desarrollarla, y lo hacemos una y otra vez hasta que se consolida en nuestro ser.
  1. Escoger la cualidad
Lo primero es seleccionar una cualidad que nos inspire.  (Una lista de cualidades) Es preciso que tengamos una relación positiva con ella. Como hemos visto, no funcionará si nos sentimos inadecuados o culpables, o si nos juzgamos por no tenerla; tampoco, si nos sentimos inferiores a quienes la poseen o si les tenemos envidia.  De modo que a veces, hay que hacer un trabajo previo hasta llegar al motivo acertado.
Conviene, además, hacer una reflexión amplia en torno a las consecuencias positivas de la cualidad. ¿Para qué sirve? ¿Qué papel tiene en la propia vida? ¿Cuál es su lugar en el proceso vital? ¿Qué relevancia tiene en el camino espiritual? ¿Hacia dónde conduce tenerla?
Necesitamos entender bien la cualidad. Estudiarla y conocer su significado y sentido. Es muy útil encontrar historias y ejemplos de personas que poseen esa cualidad (novelas, películas, series de TV, pueden ser una buena fuente de inspiración). También tenemos que tener cuidado con las supersticiones y las opiniones de la gente; y si es posible ver lo que las investigaciones serias y las ciencias sociales tienen que decir.
  1. Plan de trabajo
Siendo honestos, es preciso comprender que cambiar la mente requiere un esfuerzo sostenido durante bastante tiempo. Necesitamos organizar nuestra vida y nuestra forma de pensar para promover el nuevo estado mental. La fuerza de voluntad no basta. También es preciso tener confianza en uno mismo, recordar a menudo los beneficios de poseer la cualidad, contar con la aparición de posibles resistencias internas, y saber esperar para obtener resultados.
En particular, necesitamos creer en que tenemos la habilidad de cambiar y la capacidad de hacerlo. La enseñanza budista sobre lo preciosa que es la vida humana y el potencial que tiene es muy útil en este contexto. Si no apreciamos nuestro potencial no podremos llegar muy lejos. Además, es vital ser optimistas y tener una actitud positiva. Debemos recordar la naturaleza de nuestra mente y saber que se compone de lucidez y claridad, por lo que la transformación siempre es posible.
Pero también existen muchos obstáculos. Algo en nosotros siempre se resiste al cambio, adquirir nuevas cualidades nos lleva a sentirnos inseguros y torpes. Nuestro deseo de obtener la cualidad se ve boicoteado continuamente por otros hábitos,  tendencias, y emociones destructivas. Debemos ser conscientes de esto y estar dispuestos a confrontarlo. A menudo, nuestros conflictos internos y dudas son el principal obstáculo.
En resumen, debemos de ser conscientes de que la meta deseada necesita que le dediquemos tiempo y trabajo hasta que forme parte de nuestro continuo mental. Es algo que requiere una entrega y debemos estar dispuestos ello.
  1. Método
A-Imaginación.
Una forma de trabajar es imaginarnos lo que supone vivir con la cualidad. Así pues, buscamos experimentarla de un modo imaginario, como si ya la tuviéramos. La sentimos en la mente y el cuerpo. Mediante la imaginación y la reflexión evocamos la cualidad. Nos visualizamos como si ya estuviera sucediendo el futuro deseado con la cualidad. Vemos cómo se experimenta tenerla. Sentimos los efectos que produce en el cuerpo, descubrimos las emociones que acompañan a la cualidad y nos hacemos conscientes de los pensamientos asociados a ella. Lo ideal es abarcar todos los aspectos de nuestro ser, el cuerpo, las emociones, los pensamientos,  y sentir la experiencia en todos los niveles.
B-Contemplación.
Luego se trata de sostener el mayor tiempo posible el estado, con la intención de que deje una impronta en nuestro interior. Enfocamos la atención en la vivencia de poseer la cualidad, con la mayor claridad posible. Cuando empezamos a distraernos podemos recurrir a una imagen concreta. A muchas personas les ayuda imaginar algún símbolo, algo que represente a la cualidad que estamos encarnando. Se dice que es una manera de hablarle al inconsciente y la forma de acceder a ella más fácilmente. También, sirve hacer un gesto con las manos o una postura.
Este ejercicio requiere repetirlo una y otra vez, durante varias semanas. Al mismo tiempo que recopilamos más información sobre la cualidad y buscamos el apoyo de los demás, cada día meditamos de esta manera. Invocamos nuestro futuro habiendo desarrollado la cualidad y lo hacemos presente unos minutos.
Es de gran ayuda en este proceso, darle una dimensión social y contar con el apoyo de otras personas. Queremos estar abiertos a recibir ayuda. En este sentido hacemos saber a alguna persona de confianza lo que estamos haciendo. Le comunicamos nuestra intención de cultivar la virtud. Hacemos que los demás se impliquen y nos ayuden a conseguir nuestro objetivo. Cuando saben nuestras intenciones podemos contar con ellos en cualquier momento para pedirles su perspectiva y nos den su opinión.
C-Acción.
Cada vez que hacemos la visualización, tomamos la decisión de hacer algo concreto. Es decir, planificamos en las próximas horas actuar una vez como alguien que ya tiene la cualidad. Realizando comportamientos en consecuencia, empezamos a transformar la mente de una  manera real.  Si sólo trabajamos la mente, los cambios nunca se materializan, de modo que tenemos también que actuar.
El cambio requiere que nos enfrentemos al mundo real y pongamos en práctica vivir con esa cualidad. Es importante hacerlo cada vez que meditemos, integrar las dos cosas, meditación y reflexión por un lado, y acción por el otro. Además, al hacerlo podemos descubrir cosas que no teníamos en cuenta. No sólo se trata de cambiar el comportamiento, también es preciso cambiar nuestra estructura mental. Aprendemos, actuando.
D- Conciencia.
Por último, mientras trabajamos la cualidad, buscamos una nueva forma de enfocar las cosas. Nos preguntamos con frecuencia. ¿Qué es lo que … (cualidad)…haría en esta situación?  Por ejemplo, ¿qué haría el amor en esta situación? ¿Qué haría la paciencia en esta situación? ¿Qué haría la sabiduría del sentido del humor? Etc. Haciendo esto nos esforzamos por salir de nosotros mismos y nos situamos en una perspectiva más evolucionada y despierta. Hacer esto una y otra vez es lo que nos hace crecer.
CONCLUSIÓN
Hay numerosas evidencias a lo largo de diversas culturas de que las personas más avanzadas son a su vez las más amorosas, solidarias, conscientes y verdaderamente espirituales.  Y lo que es más importante, sólo evolucionando podemos llegar a sentir satisfacción y plenitud en la vida.  Pero más aún, es una cuestión planetaria, el universo necesita que evolucionemos. Una buena  medida de cuánto lo hacemos son nuestros valores, fortalezas y virtudes.
Despierta, reflexiona, observa.
Trabaja con atención y cuidado.
Vive en el sendero y
la luz crecerá en ti. (Buda)

 

Afrontar Adicciones

Tenemos que descubrir por qué es tan importante aprovechar la vida y, luego, ser consecuentes con esa sabiduría.
Lama Thubten Zopa Rinpoché.

Para las personas más despiertas y lúcidas la vida es una oportunidad inconcebible. Aunque la mayoría nos pasamos el tiempo huyendo de los problemas; es muy interesante comprobar que cuando llegamos a los estados más evolucionados empezamos a apreciar los conflictos y dificultades de la vida con inmensa gratitud. De hecho, los problemas dejan de ser percibidos como tales y son considerados como elementos que enriquecen la vida y abren el camino a nuevas posibilidades. Se abre una sorprendente fe en los inconvenientes y problemas. En estos estados más sabios, las personas buscan la sanación interna en los conflictos que se presentan.

Para la mayoría esto no es así. Nosotros escapamos de los problemas y del sufrimiento, y de hecho, cada uno tenemos nuestra forma peculiar de responder a los apuros. Poseemos un repertorio de respuestas que se activa automáticamente cuando se presentan problemas. Vivimos en constante alerta y estamos a la defensiva; además, nuestras reacciones son habitualmente las mismas.

La cuestión es que vivir no es nada fácil. A menudo nos sentimos inadecuados e incapaces, y la vida se presenta como una gigantesca maraña de situaciones complicadas que resolver y manejar. Sin pretenderlo ni desearlo nos topamos continuamente con situaciones incómodas. Vivir resulta ser experimentar continuamente inseguridades, fracasos, críticas, exigencias, culpas, incomodidades, limitaciones, frustraciones, etc., etc. Ante esto, respondemos como podemos, y cada uno tenemos nuestro estilo. Hay quienes se acobardan y se hunden en estados de impotencia y desesperación, hay quienes se agarran a otros como salvavidas, hay quienes se convencen de que pueden con todo, etc.

 Una adicción es una de esas maneras automáticas y reactivas de gestionar el dolor de la vida.  Nadie elige ser un adicto, más bien tratamos de escapar del sufrimiento y acabamos capturados por una adicción. Es decir, empezamos buscando una salida y acabamos atados a algo que nos limita y nos lleva a un sufrimiento mucho mayor del que tratábamos de evitar.

Es preciso hacer una advertencia y evitar caer presos de nuestros prejuicios, valoraciones e interpretaciones. Con prestar atención, apreciamos que no elegimos nuestro cuerpo ni nuestra personalidad, no elegimos que nos gusten ciertas cosas o nos desagraden otras, tampoco elegimos nuestras capacidades ni limitaciones, etc.

Todo lo que somos, nuestro cuerpo y mente, se deriva de la confluencia de numerosas causas y condiciones a las que hemos estado expuestos. Por consiguiente, tampoco elegimos nuestra forma de responder a los problemas ni nuestras capacidades o limitaciones a la hora de afrontarlos. En este sentido, hemos de asumir que una adicción no es una elección libre ni un problema de inmoralidad o algo por el estilo, sino un condicionamiento en el que hemos quedado atrapados. Entenderlo así es esencial a la hora de liberarse de ella. Debemos saber que nos condicionan nuestros miedos, necesidades, creencias y demás, y sobre todo la imagen que tenemos de nosotros mismos. Reconocer esto es el primer paso para dejar atrás la adicción.

Hay muchos tipos de adicciones y, como estamos viendo, todas ellas son intentos torpes e ineficaces de afrontar algún profundo dolor. (Las más comunes: adicción al alcohol, a la nicotina, a sustancias, al juego, a la comida, a los videojuegos, a internet, al sexo, a las compras y al trabajo). No es preciso mencionar que el efecto de la dependencia es experimentar mucho más infelicidad que aquella de la cual deseamos escapar; sin embargo, el adicto no puede hacer otra cosa. Por un lado, no es consciente de lo que está haciendo, y por otro no conoce ninguna otra forma de responder al sufrimiento.

Desde la perspectiva espiritual el problema de tener una adicción es la inmensa energía que nos demanda, y que nos impide despertar y evolucionar.
Es decir, se considera que la vida es un privilegio por las posibilidades de liberación y sabiduría que permite. Aunque, podamos cruzarnos con muchos problemas, siempre tenemos la capacidad de trascenderlos y evolucionar más allá de ellos.
 En palabras de uno de mis maestros, el lama Thubten Yeshe: “Nunca pongas límites a lo que puedas llegar a conseguir, no importa cómo haya sido tu vida hasta ahora”.Así, una adicción nos deja atrapados en un bucle de necesidad y dependencia que absorbe toda nuestra vitalidad, lucidez y potencial.

Cuando tenemos una adicción, nos atamos a eso a lo que somos adictos. Perdemos toda libertad de elección y nuestras decisiones y comportamiento están supeditados a la dependencia. No podemos hacer nada sin pensar en la adicción, perdemos la claridad mental y la autonomía.
Es curioso ver cómo la adicción nos hace ver las cosas de otra manera. Es decir, al contrario de lo que realmente sucede, muchas veces los adictos justifican su comportamiento con el pensamiento de que la libertad es seguir haciendo lo mismo. Por ejemplo, quienes tienen adicción a la nicotina se dicen que no quieren privarse del placer de fumar, quienes son adictos a comer se cuentan que no hay motivos para renunciar al disfrute de la comida. Lo que no quieren y no pueden ver es que no pueden elegir, que no pueden decir no a la nicotina o la comida. El adicto no es libre, está atado y ha perdido toda la libertad. Pierde horas y horas en obtener eso de lo que depende, y paradójicamente no le ofrece ninguna satisfacción.

Para liberarnos de una adicción es preciso llegar a apreciar claramente la dependencia como algo asfixiante. Es necesario dejar de engañarse y ser muy honesto con uno mismo. Este quizás es uno de los puntos más importantes y al mismo tiempo más difíciles. Las personas adictas tienen una habilidad muy especial de engañarse y de creerse las falsedades que se cuentan. Viven en su propia mentira y en una huida hacia adelante sin futuro. La curación empieza reconociendo que uno está enfermo. El adicto necesita darse cuenta de que no sólo nunca consigue dejar atrás el sufrimiento sino que constantemente está generando más. La conciencia del sufrimiento es lo que nos da la fuerza para aplicar remedios eficaces que nos liberen.

Sanar una adicción es un asunto complejo que requiere un abordaje desde varias perspectivas. La meditación nos aporta sanación al cultivar el poder de ser conscientes. Es decir, meditar puede ser muy efectivo como uno de los instrumentos para superar la adicción. No obstante, también hay que entenderla como complemento a otras herramientas, como el apoyo social, la vida saludable, el trabajo terapéutico emocional, etc.

Una forma práctica de emplear la meditación para superar una adicción es cultivar tres cualidades: compasión, atención y sabiduría.

La compasión consiste primero en apreciar que numerosas personas en el mundo están experimentando la misma situación angustiosa, la misma adicción, y reconocer el dolor del mundo. Es sentirse vinculado a los demás en este dolor de la adicción. Pero además, en segundo lugar, significa evocar un profundo anhelo de que todos los seres se liberen del sufrimiento de la adicción. Cuando nos damos el tiempo necesario para que despierte la compasión, este anhelo acaba convirtiéndose en la intención de contribuir a ello, el arrojo para emprender el camino para ayudar a los demás a superar su adicción. Esta compasión sana internamente los mecanismos más sutiles e inconscientes que mantienen la adicción.

Mediante la atención nos enfocamos en la experiencia interna de dolor y tratamos de evitar la reacción. Es decir, si entendemos la adicción como una forma de resolver un dolor profundo en nuestro interior, mediante la atención nos enfocamos en este dolor y tratamos de observarlo con la mayor claridad posible, de un modo directo, inmediato y sin conceptos. Esto no es nada fácil, pero el trabajo previo con la compasión es inmensamente valioso para hacerlo.

Es sumamente difícil reconocer el dolor profundo, generalmente antes de llegar a verlo ya nos hemos escapado. Sólo una práctica constante y una gran fe en el proceso nos pueden ayudar. Si entendemos claramente la adicción como una respuesta reactiva, sabremos que sólo podemos liberarnos si detenemos la reacción. La atención no libera del dolor, nos libera de la reacción adictiva. El dolor sigue estando y aceptamos vivirlo con ecuanimidad, contentamiento, humildad y apertura. Esta es la atención que sana y la meditación es la tarea ideal para alcanzarla.

Por último, la tercera cualidad es la sabiduría. Meditar en sabiduría tiene diferentes significados y puede referirse a cosas distintas. Aquí hablamos de un cambio de enfoque. Mediante la meditación tratamos de desvelar la fuente de la experiencia de dolor. Activamos la suficiente lucidez para apreciar la esencia de las experiencias, de las sensaciones físicas y mentales; tratamos de apreciar el origen, la fuente y el fundamento de todo lo relacionado con la experiencia de dolor.

Al mismo tiempo, la indagación nos lleva a cuestionar que haya alguien que sufra e incluso que el sufrimiento (que tanto tememos) sea tan real como lo vivimos. La sabiduría emerge cuando dejamos de entender el dolor como algo personal. El dolor se desvela como pura luminosidad, impersonal e interdependiente, sin ninguna entidad por sí mismo. Encontramos algo más real que el sufrimiento de modo que éste cambia de significado, el dolor pierde su peso e importancia.

La adicción se resuelve al descubrir que en realidad cuando lo miramos bien, no hay motivos para escapar de nada ni nada que lograr. Se aprecia que este momento, tal cual es, es la expresión de nuestra esencia más real. Ahora bien, es frecuente perder la sabiduría que evocamos en meditación. De modo que debemos ser conscientes de ello y estar dispuestos a mantener un trabajo continuado y constante. Una apertura no es suficiente, debemos seguir hasta que se instale una nueva visión.

En resumen, hay herramientas para superar cualquier adicción. Es preciso creer en lo valiosa que puede llegar a ser la vida y reconocer la adicción como algo que nos aprisiona y secuestra, además de despojarnos de mucho tiempo y energía vital. Como a menudo se menciona: ser feliz es una responsabilidad.

ADENDA
  • Cuando se tiene una adicción uno piensa que es débil, defectuoso. Hay quienes van por la vida como pidiendo perdón a los demás. Es preciso tener cuidado con esto. Todo lo que sucede son consecuencias de múltiples causas y condiciones. Es muy frecuente encontrar que las personas adictas son personas muy sensibles que han vivido ambientes verdaderamente difíciles y complicados. Debemos recordar que la adicción no nos define ni dice nada de nuestro potencial, ni de lo que verdaderamente somos.
  • A  menudo, la adicción comienza como una estrategia de supervivencia. Como una forma de sobrevivir a una situación demasiado grande, demasiado confusa y paralizante. Suele ser un dolor muy antiguo, de la infancia.
  • No todas las adicciones son iguales. Cada una tienes sus particularidades, sus significados. Cada una su forma de abordarla. No es lo mismo, una adicción relacionada con una necesidad como comer, que otra como fumar.
  • Es más fácil pensar "soy un adicto" que pensar "me quiero morir". El pensamiento de querer desaparecer, cuando se siente real resulta demasiado angustioso. Así, muchas veces las personas prefieren decirse a sí mismas que son adictas.
  • Al mismo tiempo, la adicción puede llevar a arriesgar la vida, una y otra vez.
  • Cuando se cae en una adicción, se entra en un bucle, el abuso y el intento de control. Los comportamientos adictivos atrapan. Cuando surgen estados emocionales terribles se traducen a algo que pueda manejarse, comer, jugar, beber... Uno se convence de que esto puede manejarse.  El horror de la angustia emocional se traduce en la creencia que podemos manejar la adicción. Entramos en un juego pendular, caemos en la adicción y la intentamos controlar, un movimiento que nunca termina.
  • Nadie elige ser un adicto. Pero sí se elige dejar de serlo. Viene de ver que mientras se está atrapado en la adicción uno se está muriendo, dejarlo es elegir la vida.
  • Sólo se sale si uno mismo lo elige. Es preciso quererse mucho. Saber que habrá recaídas y entender que forman parte del proceso de curación. Se ha creado un impulso de auto-agresión, y es preciso reemplazarlo por cuidarse, hablarse bien, confiar, quererse. Es frecuente sentir a menudo que uno no merece y que tiene que protegerse.
  • El cuerpo tarda en comprender más que la mente. Aun saliendo de la adicción, todavía cuesta vivir lo bueno. El cuerpo ha podido estar muy anestesiado, y es preciso darle tiempo. Uno se ha quedado tocado, y todavía queda reconstruir la vida.
  • La adicción no se va nunca. Hay que vigilarla siempre. Aunque uno la supere.
  • Es bueno encontrar actividades que ayudan, realizarlas, evitar quedarse quieto. A menudo, una visión más elevada de la vida ayuda. Puede ser encontrar a Dios, o desarrollar la inteligencia espiritual, Es mejor enfocar la vida en algo más grande que uno mismo, como evolucionar y despertar.

lunes, 2 de abril de 2018

Una enseñanza definitiva


Es muy fácil perderse en el mundo de la mente. A veces, incluso, si no sabemos meditar podemos acabar reforzando nuestro mundo mental en lugar de conocernos y liberarnos de la infelicidad. Tenemos que saber cómo trabajar con la mente, qué nos atrapa y cómo ser dueños de nuestros estados.
Entre las numerosas joyas del budismo hay una enseñanza muy bella. Es muy especial porque la persona que la recibe, con sólo escuchar a Buda, en ese mismo instante alcanza el Despertar espiritual. No tuvo que hacer años de meditación ni someterse a numerosas etapas de disciplina y control. Sólo al abrirse las palabras del Maestro, las entendió inmediatamente. La enseñanza se llama el Sutra de Bahiya.
Bahiya quería liberarse del sufrimiento y se entera de que Buda enseña el camino de la liberación. Entonces deja su casa y va a verle a la ciudad de Sāvatthī . Cuando llega al lugar donde le habían dicho que residía Buda, el monasterio de Anathapindika, los monjes le explican que el Señor se ha ido a pedir comida a la ciudad.
Así, Bahiya entra en la ciudad para encontrar al Maestro. En cuanto le ve, se acerca y le pide una enseñanza para liberarse del sufrimiento. Sin embargo, Buda le dice que ha llegado en mal momento porque están pidiendo comida por las casas. Bahiya insiste y Buda vuelve a negarle la enseñanza. Pero Bahiya no se rinde y a la tercera petición, finalmente Buda accede y le transmite la enseñanza que con solo oírla le lleva a trascender el sufrimiento y el final de de todos los renacimientos. Así pues, esto es lo que Buda le dice:
“En lo que se ve, solo hay lo que se ve,
En lo que se oye, solo hay lo que se oye,
En lo que se siente, solo hay lo que se siente,
En lo que se concibe solo hay lo que se concibe .
Por tanto, deberías ver que;
En verdad no hay ninguna cosa aquí.
Así es, Bahiya, cómo deberías adiestrarte.
Puesto que, Bahiya, para ti hay,
En lo que se ve, solo lo que se ve,
En lo que se oye, sólo lo que se oye,
En lo que se siente solo lo que se siente,
En lo que se concibe, solo lo que se concibe,
Y ves que no hay ninguna cosa aquí,
Por consiguiente, verás que
En verdad no hay ninguna cosa allí,
Al ver que no hay ninguna cosa allí
Verás que,
Por consiguiente, no estas ubicado ni en el mundo de esto,
Ni en el mundo de eso,
Ni en ningún lugar
entre ambos.
Solo esto es el final del sufrimiento”.
Esto es lo que el Maestro le transmitió a Bahiya y en estas palabras está contenido todo lo que necesitamos saber para trascender nuestras frustraciones, insatisfacciones, inseguridades y conflictos vitales. Esta es la enseñanza que liberó a aquel hombre y es una de las llaves para nuestra propia liberación. Así pues, todo lo que necesitamos es sentarnos a contemplar las palabras, y tratar de captar lo que de verdad significan.
Conforme realizamos la indagación se van desvelando distintas capas, distintos significados cada vez más sutiles y profundo.
Una primera lectura nos hace reconocer que siempre estamos contaminando nuestra experiencia con la mente, y si fuéramos capaces de quedarnos tan solo con lo que sucede tendríamos más paz. Dicho de otro modo, nuestros conflictos y problemas están determinados por nuestra forma de entender las cosas, las interpretaciones que hacemos, las expectativas, las creencias de cómo debe ser todo, las valoraciones subjetivas, etc.
No vivimos, la afirmación De Buda: “en lo que se ve sólo hay lo que se ve”, sino que en lo que vemos se mezclan además todo tipo de proyecciones, significados y procesos mentales distorsionando lo que hay. Si fuéramos capaces de apartar nuestra mente y ceñirnos a lo que sucede, a lo sentimos, a lo que vemos, a lo que oímos, etc., viviríamos con muchísima más serenidad. Esto es muy importante, cada uno tenemos que hacer una reflexión personal y cuestionarnos hasta qué punto estamos permitiendo que nuestros estados mentales deformen la realidad. [blockquote] Una de las preguntas que siempre conviene hacernos, ante cualquier dificultad en la vida, es: ¿Lo que veo es la verdad o es lo que mi estado mental me dice? [/blockquote]
Pero este es sólo el significado más básico de las palabras de Buda. Si seguimos con la contemplación, empezamos a reconocer el sentido de las palabras “no estas ubicado ni en el mundo de esto ni en el mundo de eso, ni en ningún lugar entre ambos”. Es poner en tela de juicio el sentirse alguien: Yo soy, Yo existo, yo tengo, yo hago, yo percibo, yo vivo. Pero, esto no es una cuestión intelectual ni viene como consecuencia de un profundo análisis filosófico. Viene de poner conciencia en la experiencia, en el momento presente.
Cuando experimentamos las cosas, cuando vemos, oímos, sentimos y concebimos cosas, tenemos una imagen de nosotros mismos. Una idea muy firme y arraigada que se vive muy real. Nos sucede constantemente y no parece haber motivos para cuestionarla. Sin embargo, cuando nos detenemos aquí y nos enfocamos en esa sensación de ser empieza a verse menos real.
Es especial, si investigamos si esta sensación de yo está viendo o sintiendo algo, no se ve tan claro. Más bien, lo que se ve es la experiencia de ver o la experiencia de oír y la experiencia de sentirse alguien. Se perciben experiencias diferentes sin ninguna relación. Si persistimos en la contemplación, dejando a un lado argumentos, descubrimos que hay experiencias de ver, oír, sentir, y concebir, que incluso está la experiencia de yo, pero no hay nadie que ve, oye, siente o concibe. Captar esto, es un nivel más profundo y definitivo de liberación del sufrimiento.
Ahora, si en nuestra contemplación seguimos desgranando las palabras de Buda a Bahiya, todavía podemos encontrar significados más sutiles. Uno de ellos, desconcertante y profundamente revelador es descubrir que más allá de estas experiencias de ver, oír, sentir, pensar y demás, no hay nada que exista por sí mismo; no hay objetos aislados e independientes, ni cosas ni fenómenos que tengan una realidad separada. Sólo hay este sentir, no hay nada aquí ni allí. Las cosas, los fenómenos se originan dependiendo unos de otros. Los objetos, las personas, los fenómenos que conocemos sólo son el percibir y más allá de esto no se encuentra ninguna realidad objetiva.
La verdadera sabiduría empieza cuando no encontramos nada ahí, separado de la experiencia o del conocimiento de ello. El objeto es una experiencia y no hay nada más que la experiencia. No hay un objeto ahí y luego, ese objeto se ve o se toca, o se piensa. Solo hay una experiencia que surge aquí.
Hay experimentar, pero no hay objetos ni nadie que experimenta. La sensación de un mundo externo y alguien que lo percibe, viene de ciertas ideas que se producen en la mente. Ideas que parece que apuntan a algo objetivamente real y que nunca son cuestionadas. Parece que las ideas se refieren a cosas que existen independientes de ellas. Como si las cosas pudiesen existir sin necesidad de pensamientos y conceptos.
El asunto es que no hay motivo para cuestionarlo, pues nos sirve para funcionar en la vida, para obtener lo que necesitamos, para sentirnos seguros, para relacionarnos, etc., esencialmente para sobrevivir.
Ahora bien, tras la indagación lúcida y directa de lo que hay aquí, se desvela que nada existe sin la mente como condición; las cosas, las personas, el yo, son fenómenos que requieren de conceptos y procesos mentales para existir. Por consiguiente, nada existe por sí mismo. Todo está vacío de existencia propia. Aprehender esto es liberación.
Pero es preciso tener cuidado, sin la investigación correcta podemos llegar a la conclusión errónea de que no existe nada. Por el contrario, la sabiduría no dice que no hay nada.  Cuando llegamos a la sabiduría encontramos que las cosas, los fenómenos, el mundo, las personas, el yo, ni existen ni dejan de existir. Sólo son convenciones para manejarnos en la vida. La realidad final es inefable, inconcebible, inaprensible y sutil. Y, sin embargo, no hay nada más cerca ni más íntimo en este instante.
Evidentemente aprehender todo esto requiere una gran lucidez y claridad. Necesitamos parar y contemplar de un modo directo e inmediato lo que hay aquí. Es esencial dejar de buscar todo tipo de experiencias, dejar de seguir llevándonos de conceptos e ideas, y ponernos a mirar con honestidad el momento presente, lo que vemos, sentimos, pensamos y demás. Solo así encontraremos el camino a la sabiduría que libera de las insatisfacciones e incertidumbres de la vida.

Apuntando Sabiduría

Por una parte, entendemos que experimentamos el mundo y las cosas de un modo subjetivo. Todo lo que vivimos está condicionado por nuestra manera de percibir y entender el mundo. Nuestra percepción está condicionada y deformada por interpretaciones, significados, recuerdos, comparaciones y demás.
Esto nos da el conocimiento de que todo es relativo.
[MEDITACIÓN:
Detente un momento y observa cualquier objeto que tengas a la vista. Investiga hasta qué punto tu experiencia del objeto está condicionada por tus pensamientos y conceptos, por tu estado emocional, expectativas y demás]
Pero esto todavía no es sabiduría, porque aún seguimos creyendo que el mundo y las cosas existen. Sentimos que están ahí, aunque sepamos que las moldeamos según nuestros pensamientos.
La verdadera sabiduría empieza cuando no encontramos nada ahí, separado de la experiencia o del conocimiento de ello.
Los objetos son experiencias, no hay nada más que experiencias. No hay un objeto ahí y luego, eso se ve o se toca, o se piensa en ello. Solo hay una experiencia que surge aquí. Por ejemplo, hay ver, hay tocar, hay pensar, etc.; y decimos que hay ver una taza, tocar una taza  y pensar en una taza, etc. Pero eso no implica que haya una taza que se  vea, se toque o en la que se pueda pensar.
En el lenguaje convencional que usamos para entendernos, “ver una taza” significa que hay una taza ahí que puede verse. Pero cuando hay una lucidez, más allá de la experiencia visual no hay ninguna taza. Más allá de la experiencia táctil, no hay ningún objeto.
Además, la experiencia visual es la conciencia visual, la lucidez de lo visual. Esta conciencia es lo que sucede.
Así, puesto que tampoco hay nadie que ve el objeto, aquí sólo hay la experiencia, la lucidez.
[MEDITACIÓN:
Observa cualquier objeto a la vista, o toca cualquier cosa que tengas a mano. Al silenciar la mente y quedarse sin pensamientos, ¿cómo se experimenta el objeto? ¿Cuál es la experiencia directa cuando no hay conceptos?]
[MEDITACIÓN:
Observa el objeto. Al dejar los pensamientos aparte, ¿alguien  experimenta el objeto?¿Hay sujeto y objeto?¿hay alguien que ve, toca, oye, etc.?
Por otro lado, si decimos que no hay taza, esta creencia de que no existe el objeto, es de nuevo una proyección mental; proviene de la tendencia a pensar de un modo dicotómico (es decir, sólo hay dos posibilidades que la taza exista o que no exista). La creencia implica una certeza y algo a lo que aferrarse. La creencia nos aleja de nuevo de lo que hay aquí.
Aquí sólo hay la experiencia, el experimentar, el saber. El pensamiento de que no hay taza, aparece como una realidad objetiva que existe de verdad. Esto es volver a la ignorancia, a una pérdida de sabiduría. Previamente la proyección era que los objetos existen por sí mismos, y ahora que los objetos no existen. Es la misma ignorancia.
Si el objetivo es desactivar el aferramiento, acabamos creando una nueva cosa a la que aferrarnos, esta vez es la vacuidad o la inexistencia del objeto. (Como es fácil deducir, las consecuencias pueden llegar a ser nefastas: nihilismo, pérdida de sentido, desesperanza, apatía, desilusión, decepción, etc.)
De modo, que no se trata de encontrar una nueva creencia ni de tener otra forma de pensar. La cuestión es apreciar lo que hay aquí, y la mente no sirve para saberlo.
[MEDITACIÓN:
Reconoce la experiencia, mira si estás cayendo en idea de que no hay nada. ¿puedes mantenerte en la perspectiva de que el objeto ni existe ni deja de existir?]
Recapitulando. Hay experimentar, pero no hay objetos ni nadie que experimenta. La sensación de un mundo externo y alguien que lo percibe, viene de ciertas ideas que se producen en la mente. Ideas que parece que apuntan a algo objetivamente real y que nunca son cuestionadas. Nos parece que nuestros pensamientos e imágenes se refieren a cosas que existen independientes de ellos. Como si las cosas  existieran sin necesidad de pensamientos y conceptos.
Pensar así nos sirve para manejarnos en la vida, por esto no lo cuestionamos. Creer que el mundo y las personas existen sirve para obtener lo que necesitamos y relacionarnos. Tiene una función de supervivencia.
Ahora bien, tras la indagación lúcida y directa de lo que hay aquí, se desvela que nada existe sin la mente como condición; las cosas, las personas, el yo, son fenómenos que requieren de conceptos y procesos mentales para existir. Por consiguiente, nada existe por sí mismo. Todo está vacío de existencia propia.
Ahora bien, reconocer que sólo hay experimentar y darse cuenta, puede llevarnos a la conclusión de que sólo hay conciencia. Esto de nuevo, es volver al mundo de la mente. La conciencia como una entidad que existe por sí misma y es la fuente de todo lo que se experimenta es una idea lógica pero no es la verdad. Vuelve a ser una interpretación de lo que hay aquí. Sobre la experiencia directa e inmediata se superpone la idea de que la realidad última es la conciencia.
Aunque resulta muy atractiva la idea de que el trasfondo de todas las experiencias es la conciencia y todo surge de ella, lo cierto es que también es una proyección mental. Dicho de otro modo, no es nuestra experiencia directa e inmediata.
[MEDITACIÓN:
Observa cualquier objeto a la vista, o toca cualquier cosa que tengas a mano. Reconoce la conciencia de la experiencia. Ahora mira con la máxima lucidez que puedas, ¿la conciencia es algo? ¿Es una energía, un espacio? ¿Puedes reconocer que la conciencia sólo es una idea?]
En resumen, las cosas, los fenómenos, el mundo, las personas, el yo, ni existen ni dejan de existir. Sólo son convenciones para manejarnos en la vida. La realidad final es inefable, inconcebible, inaprensible y sutil. Y, sin embargo, no hay nada más cerca ni más íntimo en este instante.
Ver un objeto es percibir colores y formas, percibir colores y formas es darse cuenta de colores y formas. Pero darse cuenta no está aquí y los colores allí -como si hubiera un observador y algo observado- la conciencia es los colores y formas, sin ninguna dualidad ni separación.
Por ejemplo, ver una flor, es percibir colores y formas. No vemos una flor, la conciencia visual sólo percibe colores y formas. A partir de los colores percibidos la mente construye un objeto. Las impresiones mentales, los conceptos aprendidos, se usan para dar un significado a los colores y formas percibidos. La idea de flor aprendida y almacenada en la mente, y las experiencias previas con flores, dan pie a que estos colores y formas se vean como una flor. Pero no vemos una flor, sólo vemos colores y formas, y en la mente la imagen de una flor. La imagen mental, los colores y las formas se fusionan en una experiencia única y creemos que vemos una flor.
 [MEDITACIÓN:
Observa cualquier objeto a la vista, escucha los sonidos o toca cualquier cosa. Sin pensamientos, ¿cómo se experimenta el objeto? ¿Puedes reconocer que la experiencia sólo está compuesta de colores, formas, sonidos, sensaciones táctiles y demás? Sin la mente que los construya, no hay objetos, sólo hay experiencias sensoriales.]
Por consiguiente, con la vista sólo se perciben colores y formas. Ahora bien, percibir no es otra cosa que darse cuenta. En el contexto de la experiencia, percibir, darse cuenta, lucidez, conciencia, etc. vienen a referirse a lo mismo. Así pues, no se percibe una flor sino que hay conciencia (darse cuenta) de colores y formas, o también, conciencia de la imagen mental de la flor. Sin embargo, al contrario de lo que solemos pensar, la conciencia no observa los colores y formas allí, a una cierta distancia de ella. La conciencia, el percibir, es inseparable de los colores y formas. La conciencia es la naturaleza de esos colores y formas. Dicho una vez más, los colores y formas que acabamos “viendo” como una flor son la conciencia misma que los percibe, sin ninguna distancia ni separación.
Ahora bien, esta conciencia no tiene ninguna entidad ni existencia propia. Es una forma de hablar para comunicar algo inexpresable. No solamente no hay flor ni colores, ni formas; tampoco hay conciencia ni percibir, ni darse cuenta. La liberación definitiva del dolor es soltar y rendirse como consecuencia de saber que no hay nada que pueda ser aferrado.
[MEDITACIÓN:
Observa cualquier objeto a la vista, escucha los sonidos o toca cualquier cosa. Sin pensamientos, sólo hay la conciencia de las experiencias. Observa, ¿dónde termina la conciencia y dónde empieza la experiencia?  ¿Hay separación, hay distancia? ¿Son diferentes experiencia y conciencia?]
Adenda
Puede que al leer esto todo te resulte extraño y confuso, o que no estés de acuerdo con nada, o incluso que sientas irritación y enfado. Si es así, mi consejo personal es que tomes cartas en el asunto y te pongas a trabajar en el sendero de la Compasión con verdadero ahínco y determinación. Cultiva ecuanimidad, gratitud, regocijo, perdón, amor y compasión, hasta que sientas que estas prácticas te hayan transformado.
Por el contrario, si al leer esto experimentas que te resuena, le encuentras algún sentido o intuyes la verdad que señala, es imprescindible que sigas investigando, estudiando y meditando sobre ello. Evita convertir la enseñanza en una creencia. El lenguaje es limitado a la hora de transmitir lo inefable de la realidad, y da lugar a muchos malentendidos y conclusiones erróneas. Busca incansablemente maestros que te lo expliquen y haz de ello una práctica para toda la vida.

jueves, 20 de julio de 2017

Ante el miedo

Es inevitable sentir miedo. La vida está llena de inseguridades, imprevistos e incertidumbres. A menudo nos encontramos con situaciones que nos llevan a sentirnos indefensos y desamparados. En un mundo en que todo es efímero, cambiante e impredecible antes o después nos topamos con el miedo.
Aunque tengamos recursos para desentendernos de su presencia, no es raro que nos asalte y nos domine. Por miedo permitimos abusos y maltratos, nos limitamos, nos hacemos daño y destruimos lo que amamos, cometemos errores imperdonables y desperdiciamos la vida. Nos lleva a ir en contra de nosotros mismos y nos impide desplegar y manifestar lo mejor de nosotros mismos.
Múltiples experiencias señalan su presencia. La ansiedad, la depresión, las adicciones, las obsesiones, etc., en general los trastornos mentales, indican sentir algún tipo de amenaza y temor. Además, tenemos un profundo anhelo de sentirnos seguros y de creer que controlamos nuestras vidas; sin embargo, la realidad es que en la vida no hay seguridad ni podemos controlarlo todo, con lo cual una y otra vez nos topamos con el miedo. La vida es insegura por naturaleza; el esfuerzo por sentirnos a salvo nunca da resultados.
Ahora bien, también debemos reconocer que el miedo no es malo en sí mismo. Es una reacción emocional que nos ayuda a estar alerta ante lo que puede resultar dañino y nos permite anticipar respuestas para defendernos o escapar. Además, nos hace estar más despiertos y atender lo que nos rodea con más cuidado. Sirve para evitar accidentes y desgracias, y es útil para anticipar situaciones peligrosas. Todos los seres vivos estamos programados para sentirlo cuando percibimos peligro, y llega a formar parte de nuestro temperamento.
No obstante, puede distinguirse entre un miedo normal y saludable, y otro nocivo y dañino. Es una reacción normal cuando se activa en el momento apropiado y ante una situación peligrosa, y cuando se reduce hasta desvanecerse al finalizar la situación. Es normal cuando su intensidad es proporcional a la situación con que nos enfrentamos. Sentimos miedo sólo cuando percibimos o imaginamos algún peligro; por lo tanto, si no somos conscientes de un peligro podríamos no sentirlo en situaciones verdaderamente peligrosas.
El problema surge cuando tenemos miedo en situaciones inofensivas o inventadas, o ante la posibilidad o el recuerdo de un suceso que no está sucediendo. En tales casos, hablamos de un miedo nocivo. Experimentamos miedo porque las percibimos como peligrosas sin serlo. Es dañino cuando se activa con excesiva frecuencia y su intensidad no se corresponde con lo que está sucediendo; cuando es una reacción que se repite a menudo sin motivo aparente y perdura demasiado tiempo.

Raíces del miedo
El origen del miedo radica en la misma sensación de yo. Sentirse alguien implica inevitablemente sentirlo. Aunque alguna persona afirme no sentir miedo, la realidad es que todos lo sentimos, la idea que tenemos de nosotros mismos conlleva la experiencia de miedo.
Como seres humanos dotados de cuerpo y mente, tenemos muchas necesidades y carencias. Por ejemplo, necesitamos comer, descansar y entornos saludables; necesitamos relaciones, comunicación, afecto y respeto; necesitamos una vida con sentido, libertad y creatividad. La presencia de necesidades implica el deseo de lograrlas y el miedo a no conseguirlas, y además cuando las obtenemos el temor a perderlas. Ahora bien, nuestra experiencia es que muchas veces nos vemos incapaces de conseguir lo que necesitamos, otras experimentamos la pérdida de lo que logramos, otras nos resulta inalcanzable, etc. De modo que siempre vivimos con un trasfondo de miedo e incertidumbre.
La misma experiencia de yo implica dos miedos fundamentales, a la vida y a la muerte. Por un lado al sentir la existencia tememos la muerte y desaparición; todos, en el fondo, sabemos que estamos indefensos ante la muerte y que podemos desaparecer en cualquier momento. Pensar verdaderamente en la muerte nos lleva a una experiencia de fragilidad y vulnerabilidad muy difícil de tolerar. De modo que la reacción más habitual es mantener la muerte como una idea lejana impersonal que les ocurre a los demás.
Por otro lado, somos conscientes de la complejidad de la vida, y lo difícil que resulta tener todo bajo control; de manera que nos resulta complicada e inmensa, y sentimos miedo de no llegar a conseguirlo. La vida nos exige constantemente soluciones y respuestas, nos plantea problemas inesperados, nos pone contra las cuerdas de la incertidumbre y la insatisfacción, nos trae fracasos, pérdidas y frustraciones. A menudo sentimos que no vamos a poder, y nos encojemos y paralizamos.
Tanto el miedo a la vida como el miedo a la muerte, se ve reflejado en nuestras decisiones y metas, en los objetivos que nos ponemos en la vida, en nuestra forma de relacionarnos y convivir. Nos hace buscar amparo en religiones, filosofías, ideologías políticas y visiones del mundo. Así que, no adoptamos nuestra religión, nuestras ideas políticas o nuestros valores porque hemos analizado la verdad que contienen sino porque tenemos miedo y nos dan seguridad.

Manejar el miedo
Por consiguiente, queda claro que el miedo forma parte de la vida. Todos lo tenemos en nuestro interior; sin embargo, podemos aprender a manejarlo. En esto somos diferentes unos y otros, algunas personas saben instintivamente enfrentar sus miedos, mientras que otras se sienten sobrepasadas por ello, para unos es natural manejarlo y para otros es algo que hay que aprender.
Para abordar el miedo, el primer paso es reconocerlo. Con frecuencia, nos sentimos mal, inquietos y desconcertados pero no somos capaces de percatarnos de que detrás de todo eso hay mucho miedo. Es preciso darse cuenta y saber aceptar que se tiene miedo. Percibir el miedo, vivirlo en el cuerpo y reconocerse con miedo es el primer paso para sanarlo. Esto no es nada fácil, pues a menudo lo escondemos detrás de reacciones emocionales intensas como la ira o la tristeza.
Además es preciso indagar en nuestro interior e identificar a qué le tememos. Esto requiere una cierta capacidad de introspección. Sabemos que tenemos miedo pero es preciso saber a qué se debe. Hay muchas formas de miedo, desde el miedo a algún tipo de muerte hasta el miedo a la vida misma, pasando por el miedo a cometer errores, al rechazo, a no ser capaz, a la ira, al fracaso, al futuro, a la crítica, a los insectos, a la enfermedad, a los espacios abiertos, a las situaciones sociales, a volar en avión, a hablar en público, al abandono, a la locura, al futuro, al descontrol, etc. Conocer cuáles son nuestros miedos es el segundo paso.
Cuando reconocemos esto es de gran ayuda recordar que todo el mundo lo sentimos en situaciones poco familiares, y que es una respuesta normal. Para poder afrontarlo, necesitamos aceptar que cierta dosis de miedo es algo natural e incluso necesaria; debemos saber que temer y rechazar el miedo es un obstáculo para solucionarlo. Por consiguiente, el objetivo no es eliminarlo sino regularlo y reducir su exceso. Es importante abandonar los sentimientos de vergüenza, culpa o debilidad por sentir miedo. Tener miedo no nos hace inferiores, débiles o incapaces. Juzgarnos por sentirlo es otra manera de quedarnos atrapados en él. Es vital descubrir que el miedo no nos define, sentirlo no refleja nuestro ser. Aceptarnos con miedos e inseguridades es un paso fundamental.
La única manera de resolver el miedo es enfrentarlo. Un miedo puede desaparecer, pero hasta que no seamos plenamente conscientes de la experiencia no conseguiremos superarlo. Así, una de las estrategias más efectivas es familiarizarse con la experiencia de miedo y entrenarse en ciertas circunstancias controladas a sentirlo. Se trata de acercarse con perseverancia y continuidad a situaciones que producen un ligero miedo. No es necesario vivir en peligro, es suficiente enfrentarse a pequeños miedos y vivirlos conscientemente.
Ahora bien, no basta con exponerse a las situaciones, es esencial vivir la experiencia con la máxima lucidez. Esto es, cuando nos encontramos en una situación de temor, necesitamos poner plena conciencia en lo que estamos experimentando. Mirar con atención la experiencia corporal, emocional y mental. Debemos ser capaces de registrar minuciosamente nuestra experiencia, sin juicios ni interpretaciones, y saber qué significa sentir miedo, en el cuerpo y en la mente. Debemos evitar juzgarnos y apartar la culpa. El objetivo es verlo, conocerlo y descubrir que podemos convivir con él.
El entrenamiento en meditación es muy útil para esto. La lucidez que desarrollamos nos lleva descubrir que la experiencia de miedo, aunque muy desagradable y amarga, es pasajera y temporal. Con sólo observarla un tiempo, el mal trago siempre se pasa.

MEDITACIÓN
Modificar la mente es una de las cosas más importante que se aprenden de la meditación. Mediante una práctica sincera y continuada descubrimos que tenemos recursos para afrontar el miedo y que vamos a ser capaces de atravesarlo. Además abandonamos las ideas rígidas y exageradas sobre los problemas y peligros que puedan surgir. La meditación nos da confianza para ser capaces de vivir con serenidad las situaciones de inseguridad e incertidumbre. Sabemos que podremos reaccionar bien, con inteligencia y claridad. Si nos planteamos un objetivo realista, no esperamos acabar con los miedos sino vivirlos con aceptación, humildad, lucidez y compasión.
La manera más útil de manejar el miedo es mirarlo y vivirlo con la máxima conciencia; se trata de llegar a sentirlo como una experiencia más de la vida. Muchos miedos se empiezan a resolver haciendo meditación pero meditar es una preparación para dar el paso definitivo de vivir el miedo en una situación dada. Cuando tenemos miedo a algo muy concreto lo mejor es enfrentarse a ello; sin embargo, no siempre tenemos la fuerza mental para hacerlo.

Claves para meditar en el miedo
1. Conciencia lúcida. Lo que más nos protege es la conciencia, es nuestra verdadera salvaguardia. Cuando percibimos el miedo y sabemos que está ahí, surge la posibilidad de que encontrar otras dimensiones más libres.
2. La experiencia corporal. Ser testigo del sentimiento en el cuerpo. Sea como sea que lo sentimos, si hay temblor, agitación o malestar, permanecemos en la sensación de miedo.
3. Capacidad de abrirse al dolor del miedo. Dejar de resistirse, evitar esperar sentir algo distinto, evitar juzgarse, sentirse culpable o avergonzarse. Permanecer presente con el miedo.
4. Sustentar en el corazón el sentimiento y las sensaciones corporales que le acompañan, con suavidad y amabilidad. Descansar la atención en el aliento conforme se eleva y desciende. La respiración acompaña la conciencia de la emoción y la sensación corporal. Pueden dejarse las palmas de las manos sobre el corazón, y en caso de que el miedo sea muy intenso, hacerlo caminando. Se trata de descubrir la impermanencia, el cambio constante y entenderlo de otro modo.
5. Darse compasión, ser amable con uno mismo. Tratarse con bondad y aprecio, entendiendo que el miedo no define lo que somos. Dejar que la conciencia de compasión acoja el miedo en nosotros y lo sane.
6. Paciencia, en el sentido de contentamiento con la experiencia. En lugar de rechazo, huida o aversión, buscamos modificar la relación con el miedo. No tratamos de hacer que se vaya sino de vivirlo con la máxima lucidez que seamos capaces de invocar. Descubrimos que la anticipación, la aversión o el deseo de controlarlo son las causas reales de sufrimiento, y no el miedo mismo.

Meditación: Atención plena
Una forma de meditar en el miedo es tratar de experimentarlo con plena atención. Para ello, cuando nos sentamos, traemos la situación que nos da miedo y tratamos de vivirla con la máxima intensidad y claridad de que seamos capaces. Ante la experiencia de miedo observamos lo que nos sucede. Veremos ciertas sensaciones corporales, reacciones emocionales, pensamientos, imágenes, etc. Observamos todo lo que pasa en el cuerpo y la mente como descubriendo qué significa realmente sentir miedo. Se trata de contemplar con curiosidad evitando rechazar la experiencia.
Notaremos numerosas resistencias internas a sentir miedo, así como el deseo a que la meditación sirva para que desaparezca. Pero buscamos mantener una actitud impecable de curiosidad, ignorando cualquier interferencia en la experiencia de miedo.
La meditación consiste en mirar con imparcialidad y aceptación la incomodad, el desagrado, la necesidad de sentirnos seguros, la culpa, la vergüenza, etc. Respiración a respiración buscamos la manera de abrir un espacio interno para acoger el miedo. Queremos dejar de oprimirlo y rechazarlo; queremos encontrar una relación nueva con el miedo.
Aquí es preciso confiar plenamente en la práctica de meditación, confiar en el poder de la conciencia y en uno mismo. El efecto de hacer esto es que empezamos a reconocer que el miedo no nos invade totalmente. Es decir, sólo ocupa una parte en nuestro interior. Al principio parece que estamos poseídos por la experiencia de miedo, pero conforme lo observamos y profundizamos en nuestro interior, descubrimos algo más allá del miedo. Es similar a una nube flotando en el cielo. En nuestro espacio interno flota el miedo como una experiencia más; desagradable e incómoda pero tan solo una experiencia más.

Meditación: El amor y la compasión
En muchos casos, una estrategia más potente para trascender el miedo es meditar en amor y compasión. Aquí lo que hacemos es envolvernos y llenarnos de en un profundo sentimiento de amor, compasión, gratitud y perdón. La presencia del amor en nuestro interior desplaza y disuelve la experiencia de miedo.
También en esta práctica, lo primero es hacernos conscientes del miedo, permitirnos sentirlo y evitar cualquier rechazo o huida. Dejamos que la experiencia se mantenga y empezamos a sentir amor. Podemos empezar recordando a una persona que nos sea muy querida y dejamos que el pensamiento de ella nos sirva para despertar amor. Luego, dejamos que el amor crezca hacia otros seres queridos y hacia nosotros mismos. Dejamos que el amor nos invada y nos envuelva. De modo que sentimos miedo pero estamos envueltos de amor.
Podemos expandir el amor a todas las personas que tienen miedo como nosotros y dejar que ese amor penetre por todo nuestro cuerpo. Tenemos que darnos el tiempo suficiente para sentir el amor ocupando el cuerpo. Finalmente, se trata de sostener la experiencia y dejar que el amor ejerza su efecto sobre el miedo.
La misma práctica puede hacerse invocando la compasión, la gratitud o el perdón. El estado final es vislumbrar la claridad interna donde flota el miedo. Un espacio en donde hay paz y seguridad. Ver el miedo desde esta perspectiva nos libera de él y nos reconcilia con nuestro ser más profundo.

Meditación: La Naturaleza Primordial
Finalmente se trata de encontrar en nuestro interior algún lugar donde nunca hay miedo. Como veíamos el miedo forma parte de la vida, sin embargo, en nuestra esencia primordial no hay nada que temer. El miedo es un estado mental, una formación en el espacio de la mente, pero más allá de la mente, fuera de los confines de conceptos, ideas e interpretaciones, no hay miedo. Esto es lo que queremos desvelar en la meditación.
Una vez hecho consciente el miedo y tras dejarlo sentir, nos quedamos unos instantes contemplando la experiencia. Debemos ser capaces de estar en paz con el miedo, con lo desagradable y doloroso de sentir miedo. Para ello, entramos en un proceso de aceptación cada vez más profundo. Aquí debemos ir más allá de nosotros mismos, de modo que aunque nos parezca sentir que aceptamos el miedo queremos ir más profundo y alcanzar un grado de aceptación como nunca lo hemos hecho.
Ahora, en este proceso sin fin de aceptación, empezamos a contemplar quién o qué, percibe que hay miedo. Empezamos a hacer presente la conciencia de miedo. La lucidez inaprensible y abierta que conoce el miedo. Momento a momento, permitimos que se haga más presente esta conciencia.
En el proceso descubrimos la relevancia de la conciencia. La importancia inequívoca y crucial del espacio abierto de la conciencia. En esta lucidez, vacía e impersonal, no hay miedo, hay silencio y serenidad, hay vida y claridad. En contraposición el miedo se torna irrelevante, efímero e ilusorio.
Descansando en la conciencia vacía e intangible, encontramos donde nunca llega el miedo.

Un apunte final
Al hacer cualquiera de estas meditaciones queremos que tengan la máxima eficacia y poder. Las motivaciones de autoprotección producen efectos limitados y temporales; por ello es de suma importancia abrir y cerrar la meditación con una dedicación positiva:
Que gracias a esta meditación todos los seres sepan vivir sin miedo.
Que todos los seres despierten naturaleza esencial más allá del miedo.
Que tenga la sabiduría y compasión necesarias para ayudar a los demás a trascender sus miedos.
Una meditación sobre el miedo