miércoles, 12 de septiembre de 2012

Dolor crónico y meditación (1ª parte)

El dolor es parte de la vida. El cuerpo está diseñado para sentir dolor y placer, y aunque no es agradable, sentir dolor tiene su utilidad en la supervivencia. El dolor nos avisa cuando algo va mal y nos incita a poner remedio. Cuando no tenemos este indicador experimentamos numerosos problemas. Por ejemplo, hay personas viven con analgesia congénita, es decir su cuerpo no experimenta dolor. Aunque esto podría parecer deseable, la realidad es que estas personas carecen de señales cuando algo va mal, y lo pagan muy caro; tienen numerosos accidentes, afrontan tarde las enfermedades y suelen morir jóvenes. 

El dolor tiene un papel importante en la vida; no obstante, a veces deja de cumplir su función. Cuando el dolor se vuelve crónico, pierde su utilidad y se convierte en el problema mismo. Es entonces cuando necesitamos herramientas para manejarlo. 
Para empezar, es preciso saber que el dolor no es meramente una sensación. Sentir dolor es mas bien una experiencia compleja en la que intervienen, además de sensaciones, emociones y pensamientos. Aunque la persona que padece la sensación la vive muy física y tangible, hay numerosos estudios que demuestran que la sensación puede modificarse si cambiamos nuestras ideas y sentimientos respecto a la situación. 
Es decir, hay tres dimensiones del dolor. Por una parte tenemos la dimensión sensorial, que incluye la intensidad y localización de la experiencia percibida. Luego, tenemos las reacciones agradables o desagradables al dolor, así como el rechazo y la aceptación. Por último, tenemos una dimensión cognitiva que tiene que ver con experiencias previas, pensamientos, interpretaciones, valoraciones y atención. Por consiguiente, la experiencia final del dolor es la integración de estas tres dimensiones. Primero tenemos una experiencia sensorial, luego una reacción emocional y finalmente todo se integra a nivel mental.
Según esto, una forma muy efectiva de reducir el dolor y hacerlo más manejable es trabajar con las emociones y pensamientos. Basado en esto, los psicólogos disponen desde hace tiempo de diferentes programas para tratar el dolor crónico. 

Meditación
Existen muchos estudios sobre el dolor que señalan que las emociones positivas tienen un efecto beneficioso en las personas que padecen dolor crónico. Así, mientras que los estados mentales negativos incrementan los síntomas y la intensidad del dolor, los estados mentales positivos reducen los índices de dolor y resultan beneficiosos en el estado general de las personas. En otro ámbito, se han hecho estudios que indican que los programas en que se practica una atención consciente al dolor son útiles en la reducción de su intensidad y extensión. 
Como es sabido la meditación sirve para aprender a manejar la atención, las emociones y los pensamientos. Si aprendemos a generar emociones positivas como el amor, la compasión o la gratitud tendremos una excelente herramienta para afrontar el dolor. No obstante, es importante señalar que todavía no hay suficientes estudios que relacionen el dolor y la meditación; por lo cual, de momento sólo contamos con las experiencias de muchas personas que la han usado y les ha ayudado. Muchos testimonios confirman que la meditación puede aportarnos herramientas efectivas para abordar el dolor. Para empezar, podemos generar emociones positivas y podemos desarrollar atención consciente.
Aun así, conviene advertir que no debemos esperar que el dolor desaparezca. Este no sería un objetivo realista. Meditar no es una poción mágica que te hace flotar sin dolor. Lo que pretendemos es hacer que el dolor que nos domina sea menos incapacitante. Se trata de que podamos seguir con nuestra vida e incluso podamos ser felices - aunque nos haya tocado vivir con dolores. Debemos ver la meditación, o cualquier otra terapia contra el dolor, como una herramienta que limpie el dolor de sus efectos nocivos, eliminando todo lo que sobra y dejándonos con un simple dolor que duele pero no nos paraliza.

Atención consciente
Una meditación básica para trabajar el dolor es la atención. En esta práctica buscamos una forma nueva de relacionarnos con la experiencia. Es decir, tratamos de conocer el dolor de otra manera y sin miedo. Nuestra reacción habitual al dolor es rechazarlo, condenarlo y tratar de hacerlo desaparecer. Cuando uno tiene dolor crónico nada de esto funciona, es más, todo esto lo mantiene y lo hace más intenso. En meditación, hacemos lo contrario, permitimos la experiencia de dolor y trabajamos con nuestra atención para desarrollar imparcialidad; hacemos todo lo posible para vivirlo sin rechazo y permanecer atentos sin escapar de él. Por medio de la respiración, vamos soltando todo tipo de asociaciones, pensamientos y juicios en torno al dolor. Vamos abandonando las resistencias y nos permitimos sentir el dolor. La idea es conocerlo mejor, ver cómo respira y  saber cómo es.
Uno de las formas de crear sufrimiento en nuestra vida es rechazar lo que nos sucede. Cuando rechazamos cualquier experiencia comenzamos a crear infelicidad y malestar. Esto es especialmente cierto en el caso del dolor. Es decir, a pesar de que es completamente lógico rechazar el dolor, hacerlo es uno de los modos en que lo convertimos en sufrimiento. Por esto, la meditación puede tener tanto poder. En esta práctica de atención consciente, en lugar de responder con rechazo tratamos de abrirnos al dolor y vivirlo de una manera relajada y consciente. Los efectos pueden llegar a ser sorprendentes. Al principio concentrarse en el dolor parece que es más doloroso, pero esto sólo es un fenómeno temporal que pronto da lugar a una experiencia completamente distinta. 

Meditar sobre el dolor
Sitúa tu cuerpo en una posición cómoda en la que puedas relajarte sin dormirte. Trata que sea una postura en la que puedas respirar con comodidad y mantener la mente despejada. 
Lleva la atención a la zona de tu cuerpo donde sientas dolor. Respira con naturalidad por la nariz y observa el dolor con curiosidad y frescura. Trata de mirarlo como si fuera la primera vez que lo ves. Trata de conocerlo. 
Puedes fijarte en la forma que tiene la zona en la que lo sientes. Su tamaño preciso, sus contornos, sus dimensiones. Puedes ser más concreto y observar si es alargado, ancho, ovalado, circular, etc. También puedes indagar si su intensidad es uniforme en toda la zona o no. Observa también si grueso o fino, si tiene volumen o no. Advierte si afecta a otras zonas del cuerpo o si tiene contornos definidos. 
Sigue escuchando la respiración, y cada vez que respires suelta cualquier resistencia que tengas al dolor. Trata de no emitir juicios ni caer en sentimientos de victimismo, culpa, vergüenza o resentimiento. 
Ahora pon un poco más de conciencia en el dolor. Trata de verlo como algo que tiene vida propia. Fíjate si se mueve o está quieto, observa si cambia, observa cómo y cuándo se mueve. Observa con atención si se modifican sus contornos, si se hace más grande o más pequeño, si se hace fuerte o débil, si siempre está quieto. 
Suele notarse que el dolor cambia ligeramente cada cierto tiempo. No es una cosa quieta y acabada, sino un proceso en movimiento. Ahora, cada vez que lo veas moverse, relájate y respira. Deja que tu cuerpo y tu mente se aquieten. Céntrate en el dolor con imparcialidad y obsérvalo. Deja que se mueva y no te resistas, céntrate en vivirlo con calma y aceptación.
Si haces este ejercicio con frecuencia, apreciarás que a veces el dolor se intensifica y se vuelve sólido; otras veces, verás que se ablanda y se deshace en una vibración, a veces incuso se diluye en una corriente placentera. Cualquiera de estos efectos carece de importancia. Recuerda que lo importante es cambiar tu relación con la experiencia. Esto es lo que te va a liberar. Tu equilibrio interior empieza cuando dejas de depender de tus estados físicos y mentales para ser feliz.