jueves, 22 de noviembre de 2012

Cambio y Presencia


El proceso de transformación personal es complejo. Por una parte, es preciso modificar ciertos hábitos, creencias y estados mentales, y por otra, es necesaria la aceptación y apertura. En una primera aproximación se enfatiza cambiar la mente, controlar las emociones y los comportamientos nocivos, ser mejor persona y aspirar a convertirse en una individuo compasivo y sabio, un ser volcado a ayudar a los demás, siempre con las palabras precisas y una ética impecable.  
  Pero el cambio no es todo pues en otras etapas también es preciso atender al momento presente y la vivencia consciente y lúcida de cada instante.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Meditación y Dolor Crónico (3ª parte)

Somos lo que pensamos, 
Todo lo que somos surge de nuestros pensamientos,
Con nuestros pensamientos hacemos el mundo
Dhammapada

Con frecuencia las personas con dolor crónico tienen un aspecto saludable que oculta la gravedad de su dolencia. Nada en su apariencia externa indica su agudo problema. Por ello es preciso tener mucho cuidado con lo que proyectamos e interpretamos. Decirle a una persona con fibromialgia o cansancio crónico que su enfermedad está en su mente puede ser una falta de consideración, injusta e innecesaria. Estas personas suelen padecer las miradas reprobatorias de los demás acusándoles de estar inventándose una enfermedad y somatizando cosas que no existen. A su vez, ellos mismos se sienten culpables y llegan a dudar de su malestar, pensando que tal vez inconscientemente se lo están provocando. 
Por ello hay que situar en su verdadero contexto la afirmación de que todo está en la mente. Cuando Buda explicaba que somos lo que pensamos, estaba hablando de toda la experiencia de la vida y de cómo a nivel último la realidad es una construcción de la mente. Ya mencionamos en entradas previas  algunas aportaciones de la meditación al tema del dolor desde una perspectiva relativa y convencional. Veamos ahora la perspectiva más radical y verdaderamente espiritual del dolor y la enfermedad.
Debemos empezar con una afirmación rotunda que conocen bien los meditadores avanzados: La intensidad del sufrimiento que experimentamos depende de la importancia que la mente le da. Es decir, todas las experiencias están condicionadas por nuestros pensamientos, recuerdos, conceptos, valoraciones, emociones, etc. Por consiguiente, la fuerza de la experiencia de dolor no está en ella misma sino en lo que la mente añade, en la incapacidad de la  mente de ver algo más. Aunque las experiencias de dolor aparentemente vienen de fuera y parece que tienen una realidad en sí mismas, una observación precisa y lúcida nos desvela que todo es una configuración de procesos mentales, impresiones y tendencias sin ninguna realidad interna.
Es preciso insistir en que este planteamiento nos encamina a conocer una verdad más profunda del dolor. La perspectiva relativa y convencional es bien conocida y aceptada por todos, mientras que esta visión última y absoluta sólo es accesible a quienes están comprometidos con la búsqueda interna. Desde el enfoque más profundo se descubre que cuando uno experimenta dolor hay algo más verdad que ese dolor. El dolor se comprende secundario e irrelevante. 
Esto es lo verdaderamente liberador. Esta es la paz interior que buscamos. Cuando estas sintiendo dolor, no es que el dolor desaparece sino que ves algo más real y verdadero. El dolor es una especie de decorado accesorio en el espacio abierto y lúcido que eres.

El yo y el dolor
Toda experiencia viene con la sensación de alguien que la vive. El dolor no se ve ahí separado sino como “mi experiencia”. Se vive como si hubiera una persona que siente el dolor. Ahora bien, ¿es esto verdad? ¿Hay un individuo que padece y sufre? 
La mirada lúcida enfocada en el yo revela que éste sólo es una apariencia sin ninguna solidez. Si cuando se siente dolor, se retira la atención del dolor mismo y se lleva a quien lo sufre, al sujeto, no se encuentra nada. La persona que siente dolor no está en ningún lugar, es tan sólo una imagen que la mente ha construido. Esto es, nadie siente el dolor, no es de nadie. El dolor sucede en el espacio sereno de la conciencia. Esto no es una interpretación sino lo que se percibe cuando se mira con lucidez. Con este planteamiento no estamos dando una explicación conveniente de las cosas. Al contrario se trata de observar con lucidez y claridad. Y esto es lo que se percibe. Es una percepción directa sin la intromisión de conceptos. Reconocer la naturaleza ilusoria del yo que padece el dolor es otro elemento fundamental en el  camino hacia la paz interior.  

La naturaleza primordial
Finalmente lo que necesitamos preguntarnos es ¿qué es realmente sentir dolor? Esta es la pregunta que nos lleva a trascender el dolor y situarlo en una perspectiva más amplia. Sin embargo, no se trata de dar la respuesta racional y lógica sino de indagar con profundidad en la experiencia. Aunque podamos responderla de muchas maneras, la pregunta en realidad es un ejercicio de contemplación activa que nos lleva a mirar el dolor con la máxima lucidez posible. Esto es, no buscamos las respuestas científicas o racionales sino la contemplación serena de la experiencia. 
La pregunta nos pide que indaguemos en la naturaleza del dolor. Nos dice dónde enfocarnos. Nos lleva a atravesar todas las capas de conceptos, imágenes e interpretaciones hasta encontrarnos con el dolor mismo. Solemos usar la mente para indagar en la realidad y eso nos da cierta seguridad y sensación de control. No obstante, esta pregunta nos obliga a abandonar la mente, el  mundo de nuestros conceptos e ideas, y quedarnos desnudos frente al dolor. 
La naturaleza de la experiencia es insondable. Nada puede decirse de ella, ningún concepto llega a describirla. Cuando miramos el dolor con claridad no se encuentra nada, sólo hay ausencia y espacio. La conciencia que observa se encuentra a sí misma. Todo es lucidez y vacío. En esa conciencia que desvela la realidad última se reconoce que el dolor es menos verdad que la conciencia misma y pierde su poder. La experiencia continúa y de algún modo sigue habiendo dolor, pero apenas tiene presencia ante la fuerza aplastante de lo que en último término es real.
Meditar en la realidad última no es demasiado difícil; sin embargo tiene dos requisitos indispensables. Es preciso que el meditador tenga un profundo anhelo por conocer la verdad y que haya llegado a estar desencantado de la vida en la que hay tanto sufrimiento. Poseer ninguna o sólo una de las condiciones deja  totalmente ineficaz esta meditación concreta.

Meditación
Encuentra un lugar donde te sientas tranquilo. Siéntate y deja que tu mente se relaje. Para ello tendrás primero que relajar el cuerpo y escuchar unos minutos la respiración. 
A continuación observa la experiencia que estas teniendo. Reconoce el dolor, pero también el resto de la experiencia. Ruidos, olores, formas, colores, sensaciones táctiles, pensamientos, emociones. También observa el yo como parte de la experiencia. Trata de tener en cuenta todo lo que sucede además de la sensación de dolor. Vívelo de una manera abierta, sin resistencias y permitiendo que todo sea como es. 
Puedes reconocer cómo la experiencia está cambiando continuamente, no tiene consistencia ni solidez. Deja que todo suceda y abandona el rechazo y el deseo de cualquier otra experiencia.
Ahora, con un poco más de atención reconoce que hay algo más que la experiencia. Además del dolor y el resto de la experiencia hay algo más que no se siente, que no es parte de la experiencia. Hay una presencia insondable y callada. Esta presencia no es algo extraño y sobrenatural sino al contrario muy simple y cotidiano. Es el simple ser consciente del resto de la experiencia. Esta conciencia que se da cuenta no forma parte de la experiencia pero está presente y pasa desapercibida.
Ahora, sin hacer nada y sin forzar, permite una mayor presencia de esta conciencia. Deja que suceda poco a poco. Mirando con serenidad y claridad, llega un momento en que se desvela que en realidad la presencia consciente es más verdad que el dolor y el resto de la experiencia. Se reconoce que siempre ha sido así y siempre lo será. La importancia del dolor resulta insignificante en presencia de la conciencia.