jueves, 20 de julio de 2017

Ante el miedo

Es inevitable sentir miedo. La vida está llena de inseguridades, imprevistos e incertidumbres. A menudo nos encontramos con situaciones que nos llevan a sentirnos indefensos y desamparados. En un mundo en que todo es efímero, cambiante e impredecible antes o después nos topamos con el miedo.
Aunque tengamos recursos para desentendernos de su presencia, no es raro que nos asalte y nos domine. Por miedo permitimos abusos y maltratos, nos limitamos, nos hacemos daño y destruimos lo que amamos, cometemos errores imperdonables y desperdiciamos la vida. Nos lleva a ir en contra de nosotros mismos y nos impide desplegar y manifestar lo mejor de nosotros mismos.
Múltiples experiencias señalan su presencia. La ansiedad, la depresión, las adicciones, las obsesiones, etc., en general los trastornos mentales, indican sentir algún tipo de amenaza y temor. Además, tenemos un profundo anhelo de sentirnos seguros y de creer que controlamos nuestras vidas; sin embargo, la realidad es que en la vida no hay seguridad ni podemos controlarlo todo, con lo cual una y otra vez nos topamos con el miedo. La vida es insegura por naturaleza; el esfuerzo por sentirnos a salvo nunca da resultados.
Ahora bien, también debemos reconocer que el miedo no es malo en sí mismo. Es una reacción emocional que nos ayuda a estar alerta ante lo que puede resultar dañino y nos permite anticipar respuestas para defendernos o escapar. Además, nos hace estar más despiertos y atender lo que nos rodea con más cuidado. Sirve para evitar accidentes y desgracias, y es útil para anticipar situaciones peligrosas. Todos los seres vivos estamos programados para sentirlo cuando percibimos peligro, y llega a formar parte de nuestro temperamento.
No obstante, puede distinguirse entre un miedo normal y saludable, y otro nocivo y dañino. Es una reacción normal cuando se activa en el momento apropiado y ante una situación peligrosa, y cuando se reduce hasta desvanecerse al finalizar la situación. Es normal cuando su intensidad es proporcional a la situación con que nos enfrentamos. Sentimos miedo sólo cuando percibimos o imaginamos algún peligro; por lo tanto, si no somos conscientes de un peligro podríamos no sentirlo en situaciones verdaderamente peligrosas.
El problema surge cuando tenemos miedo en situaciones inofensivas o inventadas, o ante la posibilidad o el recuerdo de un suceso que no está sucediendo. En tales casos, hablamos de un miedo nocivo. Experimentamos miedo porque las percibimos como peligrosas sin serlo. Es dañino cuando se activa con excesiva frecuencia y su intensidad no se corresponde con lo que está sucediendo; cuando es una reacción que se repite a menudo sin motivo aparente y perdura demasiado tiempo.

Raíces del miedo
El origen del miedo radica en la misma sensación de yo. Sentirse alguien implica inevitablemente sentirlo. Aunque alguna persona afirme no sentir miedo, la realidad es que todos lo sentimos, la idea que tenemos de nosotros mismos conlleva la experiencia de miedo.
Como seres humanos dotados de cuerpo y mente, tenemos muchas necesidades y carencias. Por ejemplo, necesitamos comer, descansar y entornos saludables; necesitamos relaciones, comunicación, afecto y respeto; necesitamos una vida con sentido, libertad y creatividad. La presencia de necesidades implica el deseo de lograrlas y el miedo a no conseguirlas, y además cuando las obtenemos el temor a perderlas. Ahora bien, nuestra experiencia es que muchas veces nos vemos incapaces de conseguir lo que necesitamos, otras experimentamos la pérdida de lo que logramos, otras nos resulta inalcanzable, etc. De modo que siempre vivimos con un trasfondo de miedo e incertidumbre.
La misma experiencia de yo implica dos miedos fundamentales, a la vida y a la muerte. Por un lado al sentir la existencia tememos la muerte y desaparición; todos, en el fondo, sabemos que estamos indefensos ante la muerte y que podemos desaparecer en cualquier momento. Pensar verdaderamente en la muerte nos lleva a una experiencia de fragilidad y vulnerabilidad muy difícil de tolerar. De modo que la reacción más habitual es mantener la muerte como una idea lejana impersonal que les ocurre a los demás.
Por otro lado, somos conscientes de la complejidad de la vida, y lo difícil que resulta tener todo bajo control; de manera que nos resulta complicada e inmensa, y sentimos miedo de no llegar a conseguirlo. La vida nos exige constantemente soluciones y respuestas, nos plantea problemas inesperados, nos pone contra las cuerdas de la incertidumbre y la insatisfacción, nos trae fracasos, pérdidas y frustraciones. A menudo sentimos que no vamos a poder, y nos encojemos y paralizamos.
Tanto el miedo a la vida como el miedo a la muerte, se ve reflejado en nuestras decisiones y metas, en los objetivos que nos ponemos en la vida, en nuestra forma de relacionarnos y convivir. Nos hace buscar amparo en religiones, filosofías, ideologías políticas y visiones del mundo. Así que, no adoptamos nuestra religión, nuestras ideas políticas o nuestros valores porque hemos analizado la verdad que contienen sino porque tenemos miedo y nos dan seguridad.

Manejar el miedo
Por consiguiente, queda claro que el miedo forma parte de la vida. Todos lo tenemos en nuestro interior; sin embargo, podemos aprender a manejarlo. En esto somos diferentes unos y otros, algunas personas saben instintivamente enfrentar sus miedos, mientras que otras se sienten sobrepasadas por ello, para unos es natural manejarlo y para otros es algo que hay que aprender.
Para abordar el miedo, el primer paso es reconocerlo. Con frecuencia, nos sentimos mal, inquietos y desconcertados pero no somos capaces de percatarnos de que detrás de todo eso hay mucho miedo. Es preciso darse cuenta y saber aceptar que se tiene miedo. Percibir el miedo, vivirlo en el cuerpo y reconocerse con miedo es el primer paso para sanarlo. Esto no es nada fácil, pues a menudo lo escondemos detrás de reacciones emocionales intensas como la ira o la tristeza.
Además es preciso indagar en nuestro interior e identificar a qué le tememos. Esto requiere una cierta capacidad de introspección. Sabemos que tenemos miedo pero es preciso saber a qué se debe. Hay muchas formas de miedo, desde el miedo a algún tipo de muerte hasta el miedo a la vida misma, pasando por el miedo a cometer errores, al rechazo, a no ser capaz, a la ira, al fracaso, al futuro, a la crítica, a los insectos, a la enfermedad, a los espacios abiertos, a las situaciones sociales, a volar en avión, a hablar en público, al abandono, a la locura, al futuro, al descontrol, etc. Conocer cuáles son nuestros miedos es el segundo paso.
Cuando reconocemos esto es de gran ayuda recordar que todo el mundo lo sentimos en situaciones poco familiares, y que es una respuesta normal. Para poder afrontarlo, necesitamos aceptar que cierta dosis de miedo es algo natural e incluso necesaria; debemos saber que temer y rechazar el miedo es un obstáculo para solucionarlo. Por consiguiente, el objetivo no es eliminarlo sino regularlo y reducir su exceso. Es importante abandonar los sentimientos de vergüenza, culpa o debilidad por sentir miedo. Tener miedo no nos hace inferiores, débiles o incapaces. Juzgarnos por sentirlo es otra manera de quedarnos atrapados en él. Es vital descubrir que el miedo no nos define, sentirlo no refleja nuestro ser. Aceptarnos con miedos e inseguridades es un paso fundamental.
La única manera de resolver el miedo es enfrentarlo. Un miedo puede desaparecer, pero hasta que no seamos plenamente conscientes de la experiencia no conseguiremos superarlo. Así, una de las estrategias más efectivas es familiarizarse con la experiencia de miedo y entrenarse en ciertas circunstancias controladas a sentirlo. Se trata de acercarse con perseverancia y continuidad a situaciones que producen un ligero miedo. No es necesario vivir en peligro, es suficiente enfrentarse a pequeños miedos y vivirlos conscientemente.
Ahora bien, no basta con exponerse a las situaciones, es esencial vivir la experiencia con la máxima lucidez. Esto es, cuando nos encontramos en una situación de temor, necesitamos poner plena conciencia en lo que estamos experimentando. Mirar con atención la experiencia corporal, emocional y mental. Debemos ser capaces de registrar minuciosamente nuestra experiencia, sin juicios ni interpretaciones, y saber qué significa sentir miedo, en el cuerpo y en la mente. Debemos evitar juzgarnos y apartar la culpa. El objetivo es verlo, conocerlo y descubrir que podemos convivir con él.
El entrenamiento en meditación es muy útil para esto. La lucidez que desarrollamos nos lleva descubrir que la experiencia de miedo, aunque muy desagradable y amarga, es pasajera y temporal. Con sólo observarla un tiempo, el mal trago siempre se pasa.

MEDITACIÓN
Modificar la mente es una de las cosas más importante que se aprenden de la meditación. Mediante una práctica sincera y continuada descubrimos que tenemos recursos para afrontar el miedo y que vamos a ser capaces de atravesarlo. Además abandonamos las ideas rígidas y exageradas sobre los problemas y peligros que puedan surgir. La meditación nos da confianza para ser capaces de vivir con serenidad las situaciones de inseguridad e incertidumbre. Sabemos que podremos reaccionar bien, con inteligencia y claridad. Si nos planteamos un objetivo realista, no esperamos acabar con los miedos sino vivirlos con aceptación, humildad, lucidez y compasión.
La manera más útil de manejar el miedo es mirarlo y vivirlo con la máxima conciencia; se trata de llegar a sentirlo como una experiencia más de la vida. Muchos miedos se empiezan a resolver haciendo meditación pero meditar es una preparación para dar el paso definitivo de vivir el miedo en una situación dada. Cuando tenemos miedo a algo muy concreto lo mejor es enfrentarse a ello; sin embargo, no siempre tenemos la fuerza mental para hacerlo.

Claves para meditar en el miedo
1. Conciencia lúcida. Lo que más nos protege es la conciencia, es nuestra verdadera salvaguardia. Cuando percibimos el miedo y sabemos que está ahí, surge la posibilidad de que encontrar otras dimensiones más libres.
2. La experiencia corporal. Ser testigo del sentimiento en el cuerpo. Sea como sea que lo sentimos, si hay temblor, agitación o malestar, permanecemos en la sensación de miedo.
3. Capacidad de abrirse al dolor del miedo. Dejar de resistirse, evitar esperar sentir algo distinto, evitar juzgarse, sentirse culpable o avergonzarse. Permanecer presente con el miedo.
4. Sustentar en el corazón el sentimiento y las sensaciones corporales que le acompañan, con suavidad y amabilidad. Descansar la atención en el aliento conforme se eleva y desciende. La respiración acompaña la conciencia de la emoción y la sensación corporal. Pueden dejarse las palmas de las manos sobre el corazón, y en caso de que el miedo sea muy intenso, hacerlo caminando. Se trata de descubrir la impermanencia, el cambio constante y entenderlo de otro modo.
5. Darse compasión, ser amable con uno mismo. Tratarse con bondad y aprecio, entendiendo que el miedo no define lo que somos. Dejar que la conciencia de compasión acoja el miedo en nosotros y lo sane.
6. Paciencia, en el sentido de contentamiento con la experiencia. En lugar de rechazo, huida o aversión, buscamos modificar la relación con el miedo. No tratamos de hacer que se vaya sino de vivirlo con la máxima lucidez que seamos capaces de invocar. Descubrimos que la anticipación, la aversión o el deseo de controlarlo son las causas reales de sufrimiento, y no el miedo mismo.

Meditación: Atención plena
Una forma de meditar en el miedo es tratar de experimentarlo con plena atención. Para ello, cuando nos sentamos, traemos la situación que nos da miedo y tratamos de vivirla con la máxima intensidad y claridad de que seamos capaces. Ante la experiencia de miedo observamos lo que nos sucede. Veremos ciertas sensaciones corporales, reacciones emocionales, pensamientos, imágenes, etc. Observamos todo lo que pasa en el cuerpo y la mente como descubriendo qué significa realmente sentir miedo. Se trata de contemplar con curiosidad evitando rechazar la experiencia.
Notaremos numerosas resistencias internas a sentir miedo, así como el deseo a que la meditación sirva para que desaparezca. Pero buscamos mantener una actitud impecable de curiosidad, ignorando cualquier interferencia en la experiencia de miedo.
La meditación consiste en mirar con imparcialidad y aceptación la incomodad, el desagrado, la necesidad de sentirnos seguros, la culpa, la vergüenza, etc. Respiración a respiración buscamos la manera de abrir un espacio interno para acoger el miedo. Queremos dejar de oprimirlo y rechazarlo; queremos encontrar una relación nueva con el miedo.
Aquí es preciso confiar plenamente en la práctica de meditación, confiar en el poder de la conciencia y en uno mismo. El efecto de hacer esto es que empezamos a reconocer que el miedo no nos invade totalmente. Es decir, sólo ocupa una parte en nuestro interior. Al principio parece que estamos poseídos por la experiencia de miedo, pero conforme lo observamos y profundizamos en nuestro interior, descubrimos algo más allá del miedo. Es similar a una nube flotando en el cielo. En nuestro espacio interno flota el miedo como una experiencia más; desagradable e incómoda pero tan solo una experiencia más.

Meditación: El amor y la compasión
En muchos casos, una estrategia más potente para trascender el miedo es meditar en amor y compasión. Aquí lo que hacemos es envolvernos y llenarnos de en un profundo sentimiento de amor, compasión, gratitud y perdón. La presencia del amor en nuestro interior desplaza y disuelve la experiencia de miedo.
También en esta práctica, lo primero es hacernos conscientes del miedo, permitirnos sentirlo y evitar cualquier rechazo o huida. Dejamos que la experiencia se mantenga y empezamos a sentir amor. Podemos empezar recordando a una persona que nos sea muy querida y dejamos que el pensamiento de ella nos sirva para despertar amor. Luego, dejamos que el amor crezca hacia otros seres queridos y hacia nosotros mismos. Dejamos que el amor nos invada y nos envuelva. De modo que sentimos miedo pero estamos envueltos de amor.
Podemos expandir el amor a todas las personas que tienen miedo como nosotros y dejar que ese amor penetre por todo nuestro cuerpo. Tenemos que darnos el tiempo suficiente para sentir el amor ocupando el cuerpo. Finalmente, se trata de sostener la experiencia y dejar que el amor ejerza su efecto sobre el miedo.
La misma práctica puede hacerse invocando la compasión, la gratitud o el perdón. El estado final es vislumbrar la claridad interna donde flota el miedo. Un espacio en donde hay paz y seguridad. Ver el miedo desde esta perspectiva nos libera de él y nos reconcilia con nuestro ser más profundo.

Meditación: La Naturaleza Primordial
Finalmente se trata de encontrar en nuestro interior algún lugar donde nunca hay miedo. Como veíamos el miedo forma parte de la vida, sin embargo, en nuestra esencia primordial no hay nada que temer. El miedo es un estado mental, una formación en el espacio de la mente, pero más allá de la mente, fuera de los confines de conceptos, ideas e interpretaciones, no hay miedo. Esto es lo que queremos desvelar en la meditación.
Una vez hecho consciente el miedo y tras dejarlo sentir, nos quedamos unos instantes contemplando la experiencia. Debemos ser capaces de estar en paz con el miedo, con lo desagradable y doloroso de sentir miedo. Para ello, entramos en un proceso de aceptación cada vez más profundo. Aquí debemos ir más allá de nosotros mismos, de modo que aunque nos parezca sentir que aceptamos el miedo queremos ir más profundo y alcanzar un grado de aceptación como nunca lo hemos hecho.
Ahora, en este proceso sin fin de aceptación, empezamos a contemplar quién o qué, percibe que hay miedo. Empezamos a hacer presente la conciencia de miedo. La lucidez inaprensible y abierta que conoce el miedo. Momento a momento, permitimos que se haga más presente esta conciencia.
En el proceso descubrimos la relevancia de la conciencia. La importancia inequívoca y crucial del espacio abierto de la conciencia. En esta lucidez, vacía e impersonal, no hay miedo, hay silencio y serenidad, hay vida y claridad. En contraposición el miedo se torna irrelevante, efímero e ilusorio.
Descansando en la conciencia vacía e intangible, encontramos donde nunca llega el miedo.

Un apunte final
Al hacer cualquiera de estas meditaciones queremos que tengan la máxima eficacia y poder. Las motivaciones de autoprotección producen efectos limitados y temporales; por ello es de suma importancia abrir y cerrar la meditación con una dedicación positiva:
Que gracias a esta meditación todos los seres sepan vivir sin miedo.
Que todos los seres despierten naturaleza esencial más allá del miedo.
Que tenga la sabiduría y compasión necesarias para ayudar a los demás a trascender sus miedos.
Una meditación sobre el miedo

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