lunes, 16 de julio de 2012

Don´t worry be happy




No te preocupes y sé feliz, dice la canción. Pero ¿podemos vivir sin preocuparnos? ¿No es peligroso vivir al día sin prepararnos ante los muchos problemas que puedan venir? La idea de vivir sin preocupaciones suena muy bien pero ¿es realista? ¿No empezaran a ocurrir desgracias si no estamos pendientes? Todos tenemos grabada en la memoria la historia que nos contaban de niños de la cigarra y la hormiga. Las hormigas previsoras se preocupan de la llegada del invierno y trabajan todo el verano, la cigarra por el contrario, se dedica a cantar y ser feliz y el invierno le alcanza sin recursos para afrontarlo. Entonces, ¿nos preocupamos o no?
Como todo en la vida el primer error es plantearnos la pregunta de esta forma dicotómica, es decir, blanco o negro. Bien me preocupo o bien no me preocupo. Pero las cosas no son tan extremas, entre el blanco y el negro hay toda una gama de posibilidades. Nuestra necesidad de seguridad nos lleva a adherirnos a uno de los extremos del espectro y ahí es donde nos equivocamos creando una infelicidad innecesaria. Es decir, en el mundo real a veces necesitamos preocuparnos y anticiparnos a los problemas, y a veces, es mejor esperar y disfrutar todo lo que podamos de lo que nos sucede ahora.
Necesitamos preocuparnos, pero no siempre. Muchas veces es más sano y práctico esperar disfrutar, y vivir el presente. A su vez, no podemos quedarnos siempre parados sin hacer nada; a veces conviene preocuparse. Es evidente que la popular filosofía de vivir el presente no es válida para cualquier situación y en muchos casos es incluso perjudicial.


Bienestar y malestar
Como sabemos de sobra ninguna cosa que sucede es para siempre. Ni las situaciones de bienestar ni las de malestar duran, todas las situaciones son temporales y condicionadas por las circunstancias. Sin embargo, justo porque lo sabemos, inmediatamente tratamos de adelantarnos al cambio inevitable. Aquí es donde surge la preocupación y nos olvidamos de ser felices. 
A veces, estamos bien pero nos preocupamos por mantener la situación o recuperarla cuanto antes. Aquí es donde dejamos de disfrutar y echamos todo a perder. Otras veces estamos mal y nos preocupamos buscando la manera de estar bien, pero la preocupación nos impide pensar con claridad y las acciones que emprendemos para ser felices suelen causarnos más sufrimiento. Así, lo complicamos todo pues entramos en una dinámica de infelicidad y malestar que nos atrapa sin elección. 
Así que siempre es conveniente saber permanecer de una manera abierta con lo que uno esté viviendo. Estar sin anticipación ni rechazo. Disfrutar de los momentos de felicidad y aplicar el contentamiento y la paciencia a los momentos difíciles. Haciendo esto, descubriremos que la vida trae más momentos de bienestar de lo que pensábamos y que los momentos de infelicidad no son tan graves como creíamos.

Vivir los problemas.
Ahora bien, en general las cosas son más complejas y no es suficiente atender lo que está sucediendo ahora. Formamos parte de este proceso en movimiento que es la vida y una de las peculiaridades ineludibles de ello es tener que enfrentar situaciones nuevas y desconocidas, y resolverlas. 
Está comprobado que esconderse en lo conocido y refugiarse en lo seguro va desgastando la vitalidad y consumiendo a las personas. 
Vivir y sentirse pleno incluye avanzar hacia lo nuevo resolviendo dificultades desconocidas hasta ahora. Es decir los problemas existen y, no sólo son parte de la vida, sino que la vida los necesita para renovarse y hacerse plena. 
Por tanto, un enfoque más inteligente es dejar de temer los problemas, dejar de rechazarlos y dar un significado diferente a las dificultades que se nos plantean. Es esencial entender los problemas como elementos que nos ayudan a evolucionar e incluso a ser nosotros mismos. Para ello conviene empezar a confiar en nuestro potencial innato e inteligencia. Como ya sabemos, una de las cualidades más potentes del camino espiritual es la práctica de la compasión. El poder de la compasión reside en la convicción de que cada ser humano tiene en su seno el potencial de inteligencia para dejar atrás el sufrimiento.
  Podemos aprender de los problemas, pero además, en realidad no somos los dueños de nuestra vida, no hemos elegido nacer, no podemos elegir lo que nos sucede. Todo son miles de factores, condiciones y circunstancias que convergen en las cosas que vivimos. El trabajo, la pareja, los amigos, la profesión, los hijos, etc. están determinados por cadenas de casualidades, elecciones y decisiones que no controlamos. Es la vida la que manda y es la vida la que llega a la plenitud que eres. Rendirse y entregarse con humildad al camino que la vida lleva, y soltar el camino personal e individual es parte de la historia. 
Sé feliz, no te preocupes tanto porque la vida sabe.
Necesitamos cambiar la interpretación que hacemos de los problemas. Es decir, aunque sigan causando malestar e infelicidad, es básico dejar de rechazarlos y condenarlos, y empezar a entenderlos como parte del proceso vital en que estamos inmersos. Así, no sólo dejamos de preocuparnos sino que usamos los problemas para avanzar más allá de nuestras limitaciones y eso es lo que, en nuestro fuero interno, nos hace feliz. En esencia, lo que no nos mata nos hace más fuertes.

Tipos de problema
Desde otra perspectiva es preciso hacernos más conscientes de una situación antes de responder. No es fácil, pero ante cualquier problema que surja lo primero que hay que hacer es conocerlo bien. Así, cuando miramos cualquier problema debemos analizar si tiene solución o no la tiene. Como reza el dicho si no tiene solución deja de ser un problema, y si la tiene no hay por qué preocuparse

Si tiene remedio
¿Qué razón hay para estar abatido?
Y si no lo tiene,
¿En qué beneficia el desconsuelo?
Shantideva, Bodicharyavatara 6-10

Decimos que hay tres tipos de problemas, problemas reales que pueden resolverse, problemas reales que no tienen solución y problemas ilusorios imposibles de resolver. En el primer caso no es preciso preocuparse porque tienen solución, sólo debemos desplegar nuestras aptitudes para encontrar la salida apropiada. Para ello podemos recurrir a nuestra experiencia, a nuestros amigos o a personas expertas. Una de las dificultades con que nos encontramos puede ser el miedo a equivocarse y la idea de que equivocarse es una catástrofe terrible y espantosa. Si esto nos sucede, es mejor que cambiemos nuestra forma de pensar y sepamos que nunca es tan terrible cometer errores. Sólo tenemos que mirar a nuestro pasado para constatarlo, a pesar de todos los problemas por los que hemos pasado siempre hemos salido adelante. También podemos recordar el proceso de la vida: para llegar a producirse el homo sapiens, la evolución cometió un error genético tras otro.  
También hay problemas reales que no tienen solución. Por ejemplo, no tienen solución la pérdida de un ser querido o acercarse a la vejez. Aquí, es donde es preciso la aceptación y el contentamiento. Es decir, en lugar de preocuparnos necesitamos asumir cómo son las cosas y disfrutar de todo lo demás que tenemos. 
Lo inteligente es evitar que un problema sin solución invada todas las áreas de la vida. 
El sufrimiento está y no lo podemos evitar, pero sí podemos reconocer que otros aspectos de nuestra vida van bien e incluso muy bien. Del mismo modo apartamos una pieza de fruta podrida de las demás, apartamos el problema del resto de la vida y lo aceptamos como es. Puede ser doloroso, duro y oprimente, pero lo mantenemos aislado sin permitir que afecte nuestra realidad global. Cuando conseguimos hacer esto, nos sorprendemos al ver, que hasta el problema más grave ocupa sólo una mínima parte de nuestra existencia. 
Los problemas peores son los que imaginamos creyendo que son reales. Son problemas sin solución porque sólo están en nuestra mente, aunque no lo sabemos. Son los más difíciles de afrontar puesto que creemos que son reales. De ellos surgen las preocupaciones más nocivas y peligrosas. Son las preocupaciones que no sirven para nada sino para crear más sufrimiento. Una preocupación ilusoria típica es, por ejemplo, angustiarse al pensar en un posible futuro aciago. Para abordar este tipo de problemas necesitamos serenarnos y analizar si nuestros temores tienen algún fundamento. Necesitamos aceptar que no podemos confirmar lo que imaginamos ni tenemos pruebas objetivas de ello. A veces, es precisa la ayuda de alguien que nos haga ver que no somos realistas. No hay nada que solucionar, sólo hay que reconocer que el problema no existe. 
El principal problema imaginario - y esto ya tiene que ver con la práctica espiritual - es creer que somos individuos que tenemos problemas y sufrimos. Es creer que alguien nació, vive y morirá. Es el problema más difícil de abordar porque estamos convencidos de existir como individuos. Suele ser necesaria bastante ayuda para empezar a ver que la entidad independiente que llamamos Yo sólo existe en la imaginación y que desde siempre todo ha estado en paz, apertura y felicidad. Lo que sucede es que no es fácil querer ver la verdad y así, el precio que pagamos es el miedo, la inseguridad, la insatisfacción y el dolor. Desde esta perspectiva, las preocupaciones sólo existen en la mente, pero ¿quién se atreve a soltarse, diluirse  en el vacío y dejar de ser?

viernes, 6 de julio de 2012

Sanar tus emociones destructivas


Trae suavemente la emoción que sabes que te perjudica y, por tanto, la quieres trabajar. 
  Observa tu cuerpo y déjate sentir la emoción. No la rechaces no te culpes ni te juzgues por ello. Deja que la emoción ocupe tu cuerpo y respírala. Observa las sensaciones que te produce y reconoce el posible dolor que te hace sentir.
  Reconoce la situación o la persona por la que respondes así. Presta toda la atención que puedas y observa que dicha situación es pasajera, temporal y transitoria. Observa cómo todo ha cambiado en tu vida y esto también pasará y se olvidará. 
  Déjate sentir unos minutos la naturaleza cambiante del estímulo detonante de tu emoción.
  Ahora, observa todas las causas y condiciones que han intervenido. Especialmente, contempla lo que no has visto hasta ahora. Cuando adviertes detalles que no considerabas, la imagen de la situación cambia y la reacción emocional se debilita. 
Pon toda la atención y honestidad que puedas para descubrir cómo el detonante es un complejo de muchos elementos que se han juntado en un momento dado pero no hay nada objetivo y aislado a lo que reaccionar.
  Ahora reconoce los miedos, expectativas, necesidades, deseos y creencias que contribuyen a tu reacción emocional. Déjalos ir, no forman parte de ti, deja de permitir que te controlen.
  Finalmente, toma conciencia de la imagen que tienes de ti al reaccionar así. Reconoce que la respuesta emocional también está condicionada por lo que opinas de ti mismo, y que si tuvieras otra idea de ti reaccionarías de otro modo. Observa lo que piensas de ti y date cuenta de que puedes cambiarlo pues sólo una imagen ficticia y sin contenido que se formó en el pasado.