lunes, 18 de febrero de 2013

La vida como potencial

Lo que distingue y caracteriza a los sabios es que se ven a sí mismos diferentes. Es decir, la sabiduría no reside en hacer cosas distintas a los demás sino en la percepción que uno tiene de sí mismo. El modo en que nos vemos a nosotros mismos determina cómo vivimos la vida y las experiencias de la vida, determina lo que atraemos a nuestra vida y lo que hacemos imposible de alcanzar. La forma en que nos percibimos determina lo que pensamos de nosotros mismos y las formas de resolver problemas, dificultades, relaciones y demás. Determina nuestras reacciones emocionales, decisiones y los caminos que elegimos transitar en la vida.
      La cuestión de la imagen personal puede abordarse desde muchos diferentes niveles y la explicación varía según la etapa de evolución personal de que estemos hablando. No obstante, hay un principio básico fundamental. Las personas no somos entes hechos y terminados mas bien somos un proceso con un potencial inagotable.
      Es frecuente pensar que somos individuos definidos con una personalidad concreta. De hecho es la perspectiva de nuestra cultura. Nos dicen que a cierta edad, ya somos adultos, estamos formados y somos responsables de nuestros actos. A partir de ahí, la vida es adquirir y poseer. Todo lo que hacemos se añade al individuo que somos como un decorado. El miedo a la debilidad, la soledad y dejar de existir determinan nuestros deseos. Huyendo de estos tres miedos fundamentales, tratamos de envolvernos de poder, relaciones y seguridad. Todo esto lo llevamos a todas las facetas de nuestra vida, familiar, laboral, académica, social, etc.
      Unas veces tenemos éxito y otra no. La cuestión es que nos vemos como individuos definidos que han adquirido ciertas condiciones para hacer la vida más o menos favorable.  Desde esta perspectiva constantemente experimentamos pérdidas, fracasos y fallos en el mundo que nos hemos ido construyendo. Los miedos surgen una y otra vez, de modo que, según estemos condicionados, volvemos a sentirnos inseguros, débiles, solos, aislados o incapaces de abordar la vida.
      Así funcionamos la mayoría de nosotros; sin embargo, esta perspectiva tan rígida es falsa. No somos individuos terminados cuando llega una edad. Las personas estamos en constante cambio y transformación. Nada está definido, nadie es definitivo.
      Una perspectiva radicalmente diferente es vernos como seres vivos con un inmenso potencial por desarrollar. Podemos aprender, desarrollar habilidades, desplegar aptitudes, generar cualidades, despertar mayor lucidez, etc. De hecho este es el punto de vista en que se basa todo el camino interior. La llamada iluminación espiritual simboliza el máximo potencial que puede alcanzar cualquier ser.
      Podemos creer en esta visión pero esto no es suficiente. Lo importante es la percepción. Cuando uno se vislumbra a sí mismo como una energía cambiante con inmensas posibilidades latentes el sentido de la vida cambia.  Todo gira en torno al  propósito de estar más despierto, adquirir nuevas cualidades o desarrollar algún tipo de habilidad.
      Muchas personas llegan a cierta época de su vida en que no encuentran el sentido de nada. Quizás tenían algunos objetivos familiares o laborales, y no han podido alcanzarlos, o tal vez sí los han logrado, pero ahora les aborda una desilusión o una decepción con lo que tienen o lo que son. A menudo estas personas intentan encontrar nuevas ilusiones pero continuamente se les escapan de las manos, muchas veces sólo les queda apoyarse en una resignación serena.
      Cuando entendemos que la vida es desarrollar el potencial que somos, esto no sucede. Todas las situaciones, todas las épocas de la vida, sirven para evolucionar, crecer y aprender. En realidad se trata de estar en armonía con el cosmos. Desde hace catorce mil millones de años, el universo ha estado evolucionando. Desde las primeras explosiones, hasta la formación de las estrellas y la aparición de los primeros organismos unicelulares, el universo ha estado en crecimiento y aprendizaje. La vida, desde que se inició hace tres mil quinientos millones de años, hasta hoy en que los seres humanos representamos una combinación complejidad sorprendente, ha sido un proceso de aprendizaje a través de ensayo y error.
      Antes del inicio del universo, en esa vasta e inmensa nada, había un potencial. Estaba la posibilidad de que nosotros estuviéramos; allí, hace miles de millones de años, tú y yo existíamos como posibilidad. Una posibilidad que hoy se ha hecho real. Los seres humanos formamos parte del universo, no estamos separados, el universo no es nuestro. Pertenecemos al universo. Así pues, también somos un potencial a desarrollar, una conciencia que puede ser más consciente, una cualidades que pueden manifestarse, una lucidez más abierta, etc. Evolucionar y crecer es ponernos en sintonía con el universo. Es armonizarnos con la corriente de la vida.
      El sentido de cada momento de nuestra existencia es evolucionar y crecer, hacernos más sabios, más compasivos, más generosos, más pacientes, más serenos, más alegres, más amorosos, con más sentido del humor, más vivos, etc. Es preciso que nos detengamos de vez en cuando a analizar si estamos en sintonía con todo. Si estamos aprendiendo o hemos olvidado hacerlo, si creemos en el potencial que tenemos o nos hemos anquilosado en una visión rígida de nosotros mismos.
      Todo lo que nos sucede en la vida sirve para evolucionar, todo es una herramienta para crecer en sabiduría y compasión,  nada es baldío. Una enfermedad, la pérdida de un ser querido, el fracaso de una relación, una ofensa malintencionada, etc., todo son ocasiones para  desarrollar el potencial que reside en nosotros. Necesitamos aprender a extraer la esencia de la vida, necesitamos ponernos en armonía con el cosmos y dejarnos formar parte del inagotable proceso evolutivo en que estamos inmersos.