La vida es algo extraordinario y sin embargo exigente. Tenemos un gran potencial de lucidez que nos
da la posibilidad de acceder a nuestra naturaleza primordial. Pero, al mismo
tiempo, tenemos una gran habilidad de caer en la ignorancia, la ofuscación y la
ceguera. Nosotros mismos nos convertimos en nuestro mayor enemigo...
Los seres humanos
tenemos un gran desarrollo mental, usamos imágenes, pensamientos y símbolos
para manejar el mundo. Esto nos ha dado la posibilidad de dominar la naturaleza
y alcanzar experiencias más allá de nuestras limitaciones. Así, hemos sido
capaces de recorrer grandes distancias en poco tiempo inventando artilugios, desarrollar
la medicina para sanar enfermedades devastadoras, crear belleza a través del
arte, la música, la fotografía, etc., así como muchos logros que enriquecen
nuestra vida.
No obstante, esta
misma capacidad simbólica suele contribuir a nuestra peor pesadilla. Nuestros
pensamientos y proyecciones acaban sirviendo para crear sufrimiento en la vida;
con la mente somos capaces de experimentar un infierno. Las ideas y
valoraciones e interpretaciones nos impiden ver lo que somos y construyen una imagen
de nosotros mismos condenada a vivir llena de inseguridades, insatisfacciones,
frustraciones y dolor.
Es evidente que
es preciso hacer madurar esta gran capacidad creativa que tenemos. Todas las
guerras, conflictos, abusos y opresiones tienen su origen en esta mente que
ambiciona, teme, desea, envidia y demás.
Desde la
perspectiva del trabajo espiritual tenemos por delante dos tareas
imprescindibles. Por un lado, madurar, evolucionar y sanarnos como seres
humanos, y por otro, despertar nuestro verdadero ser. Ambos aspectos están
interrelacionados, de modo que si escapamos del mundo a buscar nuestra esencia
sin sanar la mente nos quedamos incapaces de integrar cualquier apertura y
comprensión. Y, por otro lado, si nos dedicamos sólo a la maduración de la mente,
nunca conseguimos deshacer todos los nudos que nos limitan.
La vida es un
proceso de aprendizaje que no termina nunca. Cuando nos resistimos a aprender,
no sólo dejamos de crecer y madurar sino que empezamos a ir hacia atrás.
Algunas veces llegamos a un momento en la vida en que no encontramos nada que
nos ilusione, nos vemos sin metas ni objetivos que nos llenen. En esos momentos
es conveniente hacernos conscientes de qué necesitamos aprender y cultivar.
Aunque no nos apetezca y nos hallemos sin fuerza, el problema siempre se halla
en lo que nos falta por aprender, cultivar y desarrollar. Parece ser que las personas estamos hechas
para evolucionar y no hacerlo nos apaga y desvitaliza.
Además, conviene
adoptar una perspectiva diferente ante las cosas. Con frecuencia nos sentimos
víctimas de las circunstancias. Vivimos la vida como un enemigo que nos agrede
y del que defendernos o huir. Culpamos a la vida y los demás de nuestras
desgracias. Esta postura es nefasta y nos hace experimentar todo mucho más
pesado y difícil. Nos encoje ante un destino abrumador. Es imperativo un cambio
de enfoque. Lo más saludable y liberador es percibir lo que la vida nos presenta como un reto para llegar a un mayor grado de compasión, lucidez, humildad y aceptación. Un estímulo para madurar.
Todo aquello de lo que huimos regresa. Todo lo que personalizamos y
vivimos de un modo egocéntrico está destinado a volver una y otra vez hasta que
sepamos vivirlo con más lucidez. Podemos no querer aprender nada más, pero no
tenemos elección, lo que no queramos ver hoy se repetirá hasta que lo vivamos
con una mayor conciencia. La vida no va a dejarnos escapar, es el maestro
implacable y persistente empeñado en que maduremos.
El modo más
evolucionado de vivir las experiencias es reconociendo su naturaleza primordial.
Es bien conocida la forma de expresarlo en el Sutra del Corazón: Forma es
vacuidad, vacuidad es forma, forma no es nada más que vacuidad y vacuidad no es
nada más que forma. Cuando aplicamos la misma comprensión a la mente y las
experiencias de la vida, somos capaces de percibir que ninguna
experiencia tiene realidad en sí misma. De este modo abrimos la vía que nos lleva a trascender el sufrimiento.
Mucho más asequible
es la respuesta de compasión. Esto es, respondemos con la comprensión de que
todas las experiencias son compartidas con numerosos seres. Nada es individual.
Cada momento de dificultad está sucediendo en muchos lugares del mundo en
cientos de personas. Esta visión empática sirve de detonante para la compasión,
de modo que nuestras experiencias nos llevan a desear hacer algo por los demás.
Así pues, en lugar de reaccionar sin control, adoptamos la postura activa y
valiente de querer aportar algo al mundo. La determinación de aliviar el
sufrimiento nos libera de la fuerza opresiva de las experiencias dañinas.
2ª parte El destino de aprender
Lo dicho tan simple y tan complicado!!!!!
ResponderEliminarJuan, siempre condensas y sintetizas lo esencial con las palabras justas y exactas.Es el resumen del camino el que has dibujado de manera magistral.Gracias Siempre. Yolandamellaman.
ResponderEliminarGRACIAS !!!!!! Un beso
ResponderEliminarA ver cuando vienes a Vizcaya
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