Sin elección, se producen estados emocionales, pensamientos,
imágenes, sentimientos. Parece que hablan de algo real, de algo que está
sucediendo. Siempre hemos creído que así era. Cuando sentimos algo entonces creemos
que es verdad y se refiere a algo real.
No obstante,
estos pensamientos se producen en la mente, aleatoriamente. Nunca sabemos por
la mañana qué nos vamos a encontrar. Aunque, bien visto, hay un patrón, o más
bien un orden. La mente repite, no inventa nada nuevo. Repite una serie de
estados, se maneja con ellos. Eso da cierta sensación de orden. Si la gama de
estados mentales y pensamientos fuera más amplia se notaría que no hay control,
que no son nuestros, y daría vértigo. Es mejor así. De este modo la sensación
de que son verdad, las sensaciones de certeza y seguridad se mantienen. La
ilusión se mantiene.
Luego, viene la
lucha interna.
La lucha es que
ciertos estados son sufrimiento y es el rechazo a ellos. El querer controlar o
escapar o no sentir nada de eso. Los estados que no elegimos y la necesidad de
creer que podemos dominarlos, vencerlos, escapar de ellos.
El problema es
que con cierta constancia y trabajo podemos vencerlos, podemos hacer que se
vayan. Este es el problema porque sentimos una victoria y creemos que estamos
haciéndolo bien. Que conseguiremos acabar con ellos, que vamos por buen camino.
Es un problema porque siempre vuelven, porque sólo conseguimos una tregua, sólo
aplazamos la condena. Fracasamos una y otra vez. No conseguimos tener paz, no
hay serenidad.
Pero no queremos
rendirnos, necesitamos tener fe, necesitamos creer que un día lo conseguiremos.
Los aparentes éxitos alimentan nuestro sueño.
Al final sólo nos
queda rendirnos. Pero rendirnos no es tirar la toalla. Nos rendimos cuando
vislumbramos un par de cosas, vislumbramos porque apenas lo vemos, apenas
tenemos la intuición, apenas es una sospecha. El fracaso constante nos lleva a
preguntarnos qué sucede, qué es lo que no funciona. Vislumbramos que no
elegimos los estados y vislumbramos que no son de nadie.
Pero hay muchas
resistencias a lo que atisbamos, y no acabamos de asimilarlo. No lo podemos
encajar en nuestro esquema de las cosas.
La mente produce sus estados, por aprendizaje,
por hábitos, por conexiones neuronales, por descargas sinápticas en el cerebro,
etc. No tenemos ningún control, estamos condenados a eso, no lo podemos
cambiar, es nuestro “karma” dirían los asiáticos. Pero queremos seguir creyendo
que tenemos algún control, que podemos llegar a “purificar la experiencia, el
karma”. Lo necesitamos, necesitamos creerlo.
Es el ego, el yo.
La resistencia a la vida es el yo. La aversión a esos estados es el yo. La
aversión al sufrimiento es el yo.
Cada mañana queremos
elegir cómo sentirnos. Pero, ¿quiénes
somos? ¿Qué es ese yo?
Cuando nos
preguntamos esto nos quedamos en blanco. Nos desconcierta la pregunta. Todo el
discurso previo tenía sentido en el contexto de ser alguien, de que existimos y
nos pasa esto.
Yo. Pensar en
este yo es difícil. Más lo pensamos más se siente. Más queremos creer que no
existe más real parece, y la trampa se repite de nuevo. La misma trampa: cuando
nos esforzamos y trabajamos duro se vislumbra una vacuidad, una inexistencia
del yo; y empezamos a pensar que lo estamos consiguiendo, y trabajamos con más
ahínco.
Pero no estamos
haciendo nada. El yo permanece intocable. Seguimos creyendo que somos alguien y
seguimos experimentando esos estados que nos perturban.
Recorremos un largo
camino. Es costoso y nos exige muchas renuncias. Nos requiere esfuerzo y
disciplina, pero no llegamos a nada. Estamos en el mismo punto.
Por supuesto, en
el proceso hay ciertos logros, hay más calma, un cierto contento, los estados
negativos duran menos. Existe la pasión por aprender, por cultivar el camino;
el disfrute de descubrir el gozo de una nueva meta, una nueva enseñanza, la
alegría de encontrar un enfoque diferente…
Pero no hay yo.
Este yo es un reflejo mental. Un producto del cerebro o de la mente. No hay
nadie y no sabemos vivir ahí. La inercia de ser se impone. El cuerpo-mente como
organismo impersonal no puede encajarse. De algún modo lo sabemos. El conocimiento
no es lo que buscábamos es como un efecto colateral del esfuerzo, como algo que
emergió espontáneamente. Pero no ser alguien, no lo podemos sostener. No
sabemos, no encaja en ningún sitio.
Entonces, descubrimos la necesidad de callar, de dejar de luchar con la mente. Intuimos
que lo que siempre hemos hecho es vivir en el pensamiento, en la mente, y crear
conflictos internos. La mente produce esas emociones perturbadoras y esa
sensación de yo, y estamos en esa lucha, y lo hemos planteado como un conflicto
contra la mente. Dominarla, vencerla, controlarla. Y es así cómo la mente
recibe alimento; es lo que le conviene, lo que mantiene el mecanismo.
De manera que empezamos
a sentir que tal vez es mejor dejar la mente en paz, dejar de hacerle caso.
Dejar de atender lo que la mente trae, incluyendo estados que perturban y el
yo. No tener en cuenta la mente es lo que siempre nos han dicho que nunca hagamos.
Los consejos iban en dirección contraria: dominar las pasiones, cultivar
virtudes, dominar el ego, etc. Y había mucha razón en ellos.
Pero desde aquí,
desde este nuevo lugar, después de tanto cultivar y purificar la mente, lo que
queda es dejar de darle tanta importancia, dejar de hacerle caso, dejar de
creer que lo que dice sea verdad.
Lo que nos ayuda
a hacerlo es descubrir la vida y la lucidez que hay aquí. Valorar y atender la
vida-conciencia nos permite soltar la mente, nos permite creer menos en ella,
darle poca importancia. Pero tardamos en descubrirlo. Al principio seguimos en
la mente y le damos poca importancia a la conciencia misma. Seguimos queriendo
dominar la mente en presencia de Darse Cuenta. De hecho nos lleva tiempo
rendirnos y soltar la mente. Durante mucho tiempo nos centramos en las
experiencias mentales (de las que hay conciencia) pero olvidamos la conciencia misma. Eso fomenta que sigamos atrapados y
creyendo en los pensamientos.
Un día empezamos
a dejar de darle importancia a las experiencias y a los pensamientos, y nos
centramos exclusivamente en el Darse Cuenta.
Hay un nuevo
vislumbre, un atisbo de que no hay nada real, una especie de destello de la gran
ilusión en que vivimos: Nuestra realidad más íntima, nuestra marca de
nacimiento es esta cualidad de conciencia.
Y de nuevo, la torpeza de no
saber encajarlo en la vida. No encontramos la manera de incorporarlo. Pero, la vida es como es,
la mente funciona, el yo se presenta. La reacción contra lo que la mente hace vuelve, el querer librarse de esos estados, y ese yo se presenta de nuevo.
Sólo queda
repetir el proceso. Volver a soltar, volver a instalarse en la presencia de conciencia.
¿Hay algo más que lograr? ¿Estamos en un bucle cuando en realidad ya hemos llegado? ¿Es la mente la que nos engaña
haciéndonos creer que no deberíamos sentir este yo o estos estados?
Me encanta la imagen del bucle y la foto. Todo el artículo me deja sin palabras. Gracias.
ResponderEliminarEntendido Juan.Un dardo certero.Palabras que tratan de atravesar nuestra creencia de llegar a ser mejores.Seres iluminados que tras un arduo trabajo pueden convertirse en dioses.Ya lo somos.Siempre lo fuimos.Afianzar esta certeza que no es una creencia.Desenvolverse bien en la incertidumbre de no ser nadie.Estar ahí en paz.Gracias.De nuevo el silencio que admira es mi respuesta mejor.
ResponderEliminarEste artículo resulta esencial para comprender el proceso inconsciente en el que caemos cada día. Gracias desde el corazón por plantearnos estas reflexiones
ResponderEliminarSeguir soltando. Momento a momento. Dejar de creer en la mente, una y otra vez, situarse en el presente sagrado donde nada es conocido y desarrollar la habilidad de vivir desde ahí. Gracias Juan.
ResponderEliminarNada que hacer, nada que abandonar, ningun estado que alcanzar. Rendicion total y solo poner conciencia. Lo mas duro es trabajar sin objetivos, sin expectativas. Vivir volviendo a la conciencia una y otra vez como si se tratara de una meditacion. Tal vez sea eso. Tal vez vivir es la unica meditacion, la gran meditacion, lastima que sea tan dificil permanecer en la conciencia.
ResponderEliminarEs tan difícil?
ResponderEliminarYO SOY LUZ Y TODO LO QUE ME LLEGA EN CADA MOMENTO ES LUZ Y ES LO QUE NECESITO EN ESE AHORA. Si algo me remueve lo respiro y entrego a la LUZ para su trasformación. Todos los límites están dentro de mí y pueden ser cambiados.
ResponderEliminarGRACIAS
El Despertar, la Iluminación, salir del bucle, solo puede producirse en ausencia del sujeto
ResponderEliminarEntiendo la meditación y el camino espiritual como algo siempre relacionado con la vida.
ResponderEliminarEn contacto con el enfado de ayer, con el dolor de hoy o con el placer y el deseo, con un problema económico, con las relaciones y sus vicisitudes, con la muerte, con la creatividad.... y en este vivir real es en el que siento lo imprescindible de la indagación espriritual, en el espacio coemergente,interrelacionado de sujeto,objeto, mundo, vida, misterio.
En este ámbito, no el de la idealización o el juicio, tratamos de morar en la conciencia en la presencia abierta, sin tomarnos las cosas demasiado en serio ya que toda experiencia - pero toda es toda-, no es más que una interpretación, una apariencia.
No hay nada más que lograr y ya habíamos llegado cuando nos situamos en el punto de partida, esta lucidez, este poner Conciencia, este darnos cuenta alcanzando esos vislumbres es inviable cada día sin tu compasión y sabiduría Juan.
ResponderEliminarAsí que gracias por compartir, por guiarnos y por ser una permanente fuente de inspiración y de Conciencia.