La
cuestión de la imagen personal puede abordarse desde muchos diferentes niveles
y la explicación varía según la etapa de evolución personal de que estemos
hablando. No obstante, hay un principio básico fundamental. Las personas no
somos entes hechos y terminados mas bien somos un proceso con un potencial
inagotable.
Es
frecuente pensar que somos individuos definidos con una personalidad concreta.
De hecho es la perspectiva de nuestra cultura. Nos dicen que a cierta edad, ya
somos adultos, estamos formados y somos responsables de nuestros actos. A
partir de ahí, la vida es adquirir y poseer. Todo lo que hacemos se añade al
individuo que somos como un decorado. El miedo a la debilidad, la soledad y
dejar de existir determinan nuestros deseos. Huyendo de estos tres miedos
fundamentales, tratamos de envolvernos de poder, relaciones y seguridad. Todo
esto lo llevamos a todas las facetas de nuestra vida, familiar, laboral,
académica, social, etc.
Unas
veces tenemos éxito y otra no. La cuestión es que nos vemos como individuos
definidos que han adquirido ciertas condiciones para hacer la vida más o menos
favorable. Desde esta perspectiva
constantemente experimentamos pérdidas, fracasos y fallos en el mundo que nos
hemos ido construyendo. Los miedos surgen una y otra vez, de modo que, según
estemos condicionados, volvemos a sentirnos inseguros, débiles, solos, aislados
o incapaces de abordar la vida.
Así
funcionamos la mayoría de nosotros; sin embargo, esta perspectiva tan rígida es
falsa. No somos individuos terminados cuando llega una edad. Las personas estamos en constante cambio y transformación. Nada está definido, nadie es
definitivo.
Una
perspectiva radicalmente diferente es vernos como seres vivos con un inmenso
potencial por desarrollar. Podemos aprender, desarrollar habilidades, desplegar
aptitudes, generar cualidades, despertar mayor lucidez, etc. De hecho este es
el punto de vista en que se basa todo el camino interior. La llamada
iluminación espiritual simboliza el máximo potencial que puede alcanzar
cualquier ser.
Podemos
creer en esta visión pero esto no es suficiente. Lo importante es la
percepción. Cuando uno se vislumbra a sí mismo como una energía cambiante con
inmensas posibilidades latentes el sentido de la vida cambia. Todo gira en torno al propósito de estar más despierto, adquirir
nuevas cualidades o desarrollar algún tipo de habilidad.
Muchas
personas llegan a cierta época de su vida en que no encuentran el sentido de
nada. Quizás tenían algunos objetivos familiares o laborales, y no han podido
alcanzarlos, o tal vez sí los han logrado, pero ahora les aborda una desilusión
o una decepción con lo que tienen o lo que son. A menudo estas personas
intentan encontrar nuevas ilusiones pero continuamente se les escapan de las
manos, muchas veces sólo les queda apoyarse en una resignación serena.
Cuando
entendemos que la vida es desarrollar el potencial que somos, esto no sucede.
Todas las situaciones, todas las épocas de la vida, sirven para evolucionar,
crecer y aprender. En realidad se trata de estar en armonía con el cosmos.
Desde hace catorce mil millones de años, el universo ha estado evolucionando.
Desde las primeras explosiones, hasta la formación de las estrellas y la
aparición de los primeros organismos unicelulares, el universo ha estado en
crecimiento y aprendizaje. La vida, desde que se inició hace tres mil
quinientos millones de años, hasta hoy en que los seres humanos representamos
una combinación complejidad sorprendente, ha sido un proceso de aprendizaje a
través de ensayo y error.
Antes
del inicio del universo, en esa vasta e inmensa nada, había un potencial.
Estaba la posibilidad de que nosotros estuviéramos; allí, hace miles de
millones de años, tú y yo existíamos como posibilidad. Una posibilidad que hoy
se ha hecho real. Los seres humanos formamos parte del universo, no estamos
separados, el universo no es nuestro. Pertenecemos al universo. Así pues,
también somos un potencial a desarrollar, una conciencia que puede ser más
consciente, una cualidades que pueden manifestarse, una lucidez más abierta,
etc. Evolucionar y crecer es ponernos en sintonía con el universo. Es
armonizarnos con la corriente de la vida.
El
sentido de cada momento de nuestra existencia es evolucionar y crecer, hacernos
más sabios, más compasivos, más generosos, más pacientes, más serenos, más
alegres, más amorosos, con más sentido del humor, más vivos, etc. Es preciso
que nos detengamos de vez en cuando a analizar si estamos en sintonía con todo.
Si estamos aprendiendo o hemos olvidado hacerlo, si creemos en el potencial que
tenemos o nos hemos anquilosado en una visión rígida de nosotros mismos.
Todo
lo que nos sucede en la vida sirve para evolucionar, todo es una herramienta
para crecer en sabiduría y compasión,
nada es baldío. Una enfermedad, la pérdida de un ser querido, el fracaso
de una relación, una ofensa malintencionada, etc., todo son ocasiones para desarrollar el potencial que reside en
nosotros. Necesitamos aprender a extraer la esencia de la vida, necesitamos
ponernos en armonía con el cosmos y dejarnos formar parte del inagotable
proceso evolutivo en que estamos inmersos.